SIMBOLISMOS CADUCADOS
Darren Aronofsky es parte de ese panteón de directores que, gustosos del riesgo, dividen las aguas entre espectadores fanáticos y detractores de su obra, y ¡Madre! es la propuesta más radical y personal del cineasta dentro de su filmografía.
Lo que comienza como un thriller psicológico pausado, con clima misterioso y de autor, nos sitúa en un viejo caserón con un matrimonio joven recién instalado, quienes nunca revelan sus nombres. Él un escritor con un importante grado de egocentrismo que busca desesperado inspiración para comenzar su nueva novela. Ella, en cambio, sumisa y complaciente, le brinda el contexto para su comodidad, ocupándose de los quehaceres del hogar hasta pintando las paredes añejas de la casona, tal vez con la intención de recuperar la atención que su marido supo depositar en ella.
Así como su afiche, el principio del film nos muestra una fotografía preciosa que recuerda pinturas hiperrealistas donde la figura protagónica de Jennifer Lawrence se vuelve la mirada del espectador. Este escenario abstracto tiene un clima silencioso y tenebroso que a la vez genera incertidumbre. Para el personaje de Lawrence, los diferentes espacios de esa casa guardan secretos y comienza a explorarlos sin dejar de sentir que es observada.
Todo comienza a potenciarse con mayor graduación cuando al hogar llega un enigmático hombre interpretado por Ed Harris. Este, pensando que aquel lugar era una posada, es sin embargo recibido con eufórica hospitalidad por “el dueño del hogar” que es Bardem, quien lo invita a hospedarse sin consentimiento alguno de su esposa. Y como si fuera poco, al día siguiente cae la mujer -Michelle Pfeiffer- de este aparente doctor especializado en “fracturas”, que no hace otra cosa que apropiarse de la casa abriendo habitaciones prohibidas y mostrando un atrevimiento desenfadado. Esta invasión no tardará en hacer mella en la protagonista, que se siente desbordada, aislada y sin apoyo ni autoridad alguna. Algo que parece conectar de forma inmediata a la fisonomía de la casa, jugando con los distintos estados de ánimos de Lawrence. Es decir, con luz si existe tranquilidad y con resquebrajamiento y deterioro en los mayores momentos de paranoia.
Solo esto será la antesala del delirio, donde luego la intrusión tomará una escala masiva con un significado alegórico y múltiples interpretaciones. El thriller a esta altura se desdibuja y comienza llanamente la pesadilla del terror. ¡Madre! logra no dejar indiferente a nadie. Sin embargo, ese desquicio de su último tramo no será tomado de la misma manera, dividiendo a quienes piensan que la obra se trata de una pérdida de tiempo de quienes sostendrán el relato con teorías religiosas y/o naturalistas y, por supuesto, disfrutándolo.
El espiral asfixiante que atraviesa Lawrence recuerda al misterio que atraviesa a El bebé de Rosemary, pero prescindiendo de esa narrativa eficaz, líneal y sólida. ¡Madre! a la vez podría estar muy cerca de un capítulo de Black Mirror, aunque no alcanza el impacto directo y crudo con moraleja social.
Y es que tal vez Aronofsky se ahoga en su propio simbolismo, donde incluye cierto grado de violencia y escenas de gore estableciendo solo un circo gratuito que causará polémica entre los más conservadores. Estas convenciones, sin embargo, aportan un tibio relleno, ya que la historia del cine tiene un frondoso prontuario de films que supieron escandalizar al público dependiendo del contexto social de sus promociones. Y ¡Madre! le hace cosquillas al listado porque cae en los lugares comunes de las propuestas fílmicas radicales. Propuestas que ya caducaron pero que sin embargo, en este caso no serán olvidada por la chapa de su director.