Almodóvar se pierde en su laberinto
Es curioso que la prensa y las entrevistas alrededor de “Madres paralelas”, la nueva película de Pedro Almodóvar, hayan girado en torno a la apertura de las fosas comunes con restos de las víctimas de la represión franquista y las heridas todavía abiertas de la Guerra Civil española. Es curioso (o más bien engañoso) porque ahora que la película se estrenó en Argentina (dos semanas antes de llegar a Netflix), uno cae en la cuenta de que ese no es el tema central de la historia o, para expresarlo más claramente, la película pretende abarcar tantas historias que pierde su centro y al final se diluye. El director manchego apenas se había referido a la dictadura de Franco en el comienzo de “Carne trémula” o tangencialmente en “La mala educación”, y en “Madres...” lo hace de forma más concreta, pero nunca alcanza a profundizar y el resultado lamentablemente tiene gusto a poco.
“Madres paralelas” es un típico melodrama almodovariano en un universo eminentemente femenino, con madres solteras, hombres ausentes, crianza compartida, familias no tradicionales y distintos tipos de madres, desde las que parecen heroínas hasta las que niegan el instinto maternal. La protagonista es Janis (Penélope Cruz), una fotógrafa que busca desde hace tiempo los restos de su bisabuelo, desaparecido durante la Guerra Civil. A los 40 años Janis queda embarazada (producto de la relación con un amante) y decide tener a su hija en soledad. En la clínica donde va a parir conoce a Ana (Milena Smit), una adolescente también embarazada con quien comparte habitación y las experiencias del parto. Las dos mujeres tienen diferentes orígenes y están atravesando situaciones muy distintas, pero entre ellas se crea un lazo que con el tiempo se va a volver muy fuerte.
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Con oficio y mano firme, Almodóvar construye un drama con tempo de thriller, donde las “madres paralelas” del título se cruzan una y otra vez, mientras el misterio que subyace pasa por la revelación de una identidad. El problema es que la tensión no se mantiene, en parte porque entra en juego (y con fórceps) el tema de la represión franquista y la exhumación del cadáver del bisabuelo de la protagonista, y la película no encuentra cohesión entre el melodrama puro y duro y el alegato político. Cuando Janis la increpa a Ana (que desconoce las terribles heridas que dejó la dictadura) y le dice “es hora de que te enteres en qué país estás viviendo” todo suena a discurso vacío. El final intenta ser emotivo y movilizador, pero de nuevo el director se queda a mitad de camino, porque ahí los personajes parecen pertenecer a otra narración, están ausentes en la escena.
El cortocircuito en la cruza de géneros y en los cambios de tono dejan entrever que la película contiene varias historias que deberían haberse desarrollado de otro modo. Tal vez lo único real, potente y constante en todo el filme es el gran trabajo que hace Penélope Cruz con su personaje. Cruz es una actriz mediocre fuera del universo Almodóvar, pero la marcación del manchego la hace brillar acá como pocas veces, y uno cree en las fortalezas y las debilidades de su Janis sólo a través de su mirada.