Buena parte del cine de Pedro Almodovar se monta sobre el melodrama y Madres paralelas no es la excepción, aunque se distingue por abordar sin dobleces la historia reciente de España.
Janis (Penélope Cruz, en el rol con el que ganó como Mejor Actriz en el Festival de Venecia) y Ana (Milena Smit) se conocen en un hospital poco antes de que ambas den a luz. Una transita la mediana edad mientras que la otra es apenas una adolescente asustada que no quiere ser mamá. Con sus hijas ya en brazos, ambas se separan con la promesa de volver a encontrarse.
Antes de que todo eso ocurra se la ve a Janis tratando de encontrar ayuda para que se abra una fosa común en las afueras de su pueblo con los restos de republicanos asesinados por falangistas en la guerra civil, entre los que se encuentran su propio bisabuelo.
La maternidad de las protagonistas y la búsqueda de Janis, que desde Madrid intenta echar luz sobre un episodio cruento ocurrido hace décadas al que nadie parece importarle, le sirven a Almodóvar para hablar nada menos que de la identidad de la sociedad española, que a diferencia de lo que pasó en la Argentina y otros lugares de Latinoamérica, aún no abordó en profundidad las atrocidades de la dictadura que sufrió su país durante 36 años de la mano del franquismo.
Madres paralelas es una precisa máquina de contar a través de numerosas elipsis, recursos argumentales complejos y giros inesperados que propone y apela a la toma de conciencia y a alumbrar zonas oscuras, el silencio y el desinterés sobre la historia reciente de España.
Pero si el relato se va construyendo con una exactitud abrumadora, la emoción juega un papel central en la obra del realizador manchego y su última película no es la excepción. Más bien todo lo contrario: Madres paralelas es tal vez la película más emocionante y reflexiva de toda su filmografía.
Porque a pesar de las dificultades que deben atravesar, las protagonistas construyen un lazo casi sanguíneo superando barreras generacionales y maneras de ver el mundo; esa construcción no puede ser ajena a la construcción colectiva que no termina de abordar la sociedad en su conjunto para cerrar las heridas abiertas durante décadas.
La historia avanza, se van acomodando algunas líneas del relato y todo concluye con ese pueblo aparentemente intrascendente, como tantos otros, pero con mujeres que marchan con fotos en el pecho de sus seres queridos -cualquier similitud con la lucha de los Derechos Humanos en América Latina no es para nada casual-. Allí, cuando comienzan las excavaciones y termina la película, el dolor también es reparación.
Reseña publicada por el autor en Télam en oportunidad de la cobertura de la 36 edición del Festival de Mar del Plata (2021).