PARALELAS QUE EN ALGÚN MOMENTO SE CRUZARÁN
Hace unos años Pedro Almodóvar pretendió con Los amantes pasajeros regresar al tipo de cine que hacía en sus orígenes, comedias desaforadas y coloridas. Pero los resultados terminaron siendo decepcionantes, una suerte de auto-parodia a cargo de un director avejentado que ya no parecía entender los códigos cinematográficos y sociales que hicieron posibles aquellas películas: aquel Almodóvar de los 80’s no podía repetirse porque él no era el mismo y porque 2013 no eran los 80’s. Por otros medios y con otros objetivos, en Madres paralelas el director manchego parece caer nuevamente en el mismo problema: en este caso un cine que se pretende complejo, que quiere hablar de temas importantes, pero que no tiene la sutileza como para no caer en la bajada de línea subrayada. Atravesada por temas recurrentes en la filmografía almodovariana y con devaneos genéricos por el thriller y el melodrama, algo que también es habitual en su cine, Madres paralelas luce sin embargo como la película de un director gastado y avejentado, que no confía en el espectador y que grita lo que tiene para decir.
Pero los problemas de la película no se resumen en eso. Hay problemas narrativos y formales, algo que es en cierta medida novedoso para un director que ha logrado en los últimos veinte años una solidez y un manejo de las herramientas cinematográficas únicas. No es relativizar su cine previo, pero una vez que quedaron atrás los gestos iconoclastas Almodóvar supo madurar muy bien, sin perder identidad y encontrando otras formas para decir lo que siempre quiso decir. Por eso sorprende también que Madres paralelas sea una película visualmente tan chata, despojada de ese talento para la composición del plano y el uso de los colores que siempre lo ha caracterizado, y que narrativamente sea intrascendente, usando recursos como el flashback de forma arbitraria y sin sentido. Y es que tal vez como nunca, el cine del español se ve demasiado atropellado por lo que tiene para decir, por aquello que quiere dejar en claro, llevándose por delante no solo el orden narrativo sino además a algunos personajes. Se podrá decir que, en relación a algunos temas que toca la película, el director habrá querido confrontar con un sector de la sociedad ganado por el negacionismo sobre el pasado histórico. Puede ser. Eso no quita que luzca grueso y poco elegante.
Y hay un inconveniente mayor. Madres paralelas está integrada por dos tramas protagonizadas por la fotógrafa Janis (Penélope Cruz). En la que da inicio al relato, la tenemos relacionándose con un antropólogo que está trabajando en la búsqueda de los restos de aquellos desaparecidos durante la Guerra Civil española. Ese vínculo alcanza lo sentimental y lleva a un embarazo no deseado y a la decisión de esta mujer por tener su hija en solitario. Y de ahí saltamos a la otra trama, que se convertirá en central: el vínculo entre esta mujer con otra más joven, Ana (Milena Smit), que también es madre en solitario pero con una historia de violencia masculina que primero no se dice pero se intuye. Madres paralelas funciona durante un rato, cuando precisamente las cosas se intuyen pero no se dicen, y Almodóvar nos lleva de la mano saltando entre géneros, aunque sin nunca tirarse de cabeza a ninguno (es un poco thriller, un poco melodrama, un poco folletín). Aunque hay algo que no fluye del todo: Almodóvar parecería estar diciéndonos cómo es una película de Almodóvar; Madres paralelas es una película didáctica (y escolar si pensamos en cómo se transmiten sus temas).
El inconveniente, concluyamos, es que esas dos subtramas nunca terminan por hacer sistema y convertirse en una película. Y no es que Almodóvar construya Madres paralelas de retazos, de fragmentos, sino que pretende encontrar en esas dos historias, en su unión y en su abordaje del tema de la identidad, un sentido y una síntesis. Pero no lo logra. Y no lo logra porque todo es bastante arbitrario; y -como decíamos- porque el director está demasiado preocupado en lo que va a decir más que en cómo decirlo: en poner en plano una remera con una inscripción convenientemente feminista; en zamarrear el relato con una historia de amor lésbico que se resuelve mal, de la misma forma en que aparece. Debe ser difícil para un director que siempre fue provocador y agitó con inteligencia el clima conservador de su tiempo, tener que filmar en un momento histórico donde lo que manda en el discurso de la industria audiovisual es el imaginario progresista, donde la corrección política es la de los buenos. Hay como un vacío de sentido que deja girando en círculo a la película. Y eso provoca que Almodóvar exacerbe el gesto y, por ejemplo, escriba y filme una escena tan horrible como la de la cocina (tal vez lo más feo que ha filmado en su vida), donde Janis termina aleccionando a Ana sobre la historia del país y su propia historia. De paso, Ana es un personaje tan tonto (y tan mal construido) que en otra escena clave para definir lo floja que es Madre paralelas, Janis le tiene que explicar varias veces que su hija en verdad no es su hija y dudamos que lo haya entendido del todo. Y, claro, no podemos dejar de pensar que Almodóvar piensa al espectador como a esa Ana, alguien medio lento al que hay que explicarle las cosas y, cuando no alcance, adoctrinarlo un poco.
Y para cerrar este bodoque aburrido y oportunista, Almodóvar nos tira con una frase ad hoc de Galeano. No se puede negar cierta redondez en el concepto.