Pedro Almodóvar lleva ya cuarenta y dos años dirigiendo largometrajes, una carrera enorme que incluye clásicos contemporáneos, algunos títulos fallidos, y una impronta personal cuya influencia excede incluso al cine. Es uno de los cineastas más reconocibles y famosos del mundo, sus ideas fueron de avanzada en la década del ochenta y siguió buscando un camino de desafíos en los años siguientes. En la era de la cancelación y la corrección política algunos de sus mejores títulos podrían caer en desgracia, pero por suerte nadie se dedica a cuestionarlo. El único que lo juzga y le pone límites al mundo de Almodóvar es él mismo, al menos eso parece en este nuevo título que estrena ahora y cuya historia parece armada para agradar al mundo más que para expresarse él mismo.
Dos mujeres se conocen en una habitación del hospital donde van a dar a luz por primera vez. Son madres solteras que no han buscado el embarazo que tienen. Janis (Penélope Cruz), de mediana edad, no se arrepiente y está feliz. Pero Ana (Milena Smit), una adolescente, está a disgusto y preocupada. Surgen en esos breves momentos una incipiente amistad que crecerá más adelante cuando a ambas madres el destino las una para siempre.
Desde el comienzo hay una historia que corre en paralelo a la de las dos madres. Janis quiere que un arqueólogo forense y su fundación excaven una fosa común en el pueblo de donde su es su familia. Allí su bisabuelo y otros hombres del pueblo fueron asesinados y enterrados durante la Guerra Civil. Al melodrama puro y duro vinculado con la maternidad se le agrega esa trama política que poco a poco se apodera de la trama y que al final parece ser lo único que le importa al director y guionista Pedro Almodóvar. Mientras que todo en la película cumple con las características temáticas y estéticas del director, el costado político es poco menos que un papelón digno de los peores cineastas políticos de Sudamérica. No es el tema que trata, sino como lo hace. Almodóvar se vuelve pomposo, solemne y, finalmente, abyecto como nunca en su carrera.
De nada sirve su pulso para el drama maternal, ni sus actrices favoritas, ni árbol genealógico de referencias artísticas, de golpe el director pierde el rumbo, vaya uno a saber porque, y decide lanzarse al terreno de la política que claramente no es su fuerte. Pero lo peor no es eso, lo malo es que lo que tenía de interesante y poderoso la película se deshace en los últimos minutos. Incluso la provocación habitual en él se transforma en lo contrario. Madres paralelas es la película más tontamente demagógica que ha hecho en su carrera. Tal vez haya sido una necesidad muy profunda o una culpa que arrastra como español, pero eso no es cuestiona, lo que sí es terrible es que no pueda expresarlo con la sofisticación y la belleza de lo que lo constituyó como cineasta y lo trajo hasta aquí.