En Almodóvar todo es cruce, intersección, choque de partículas que deviene en caos y transfiguración. El título de su nuevo film, Madres paralelas, encierra al menos una mentira: Janis, una fotógrafa que vislumbra en su embarazo no deseado la concreción de un deseo por ser madre, y Ana, una jovencita de clase alta sobre cuyo embarazo pesa el signo de la violencia, son entre sí todo menos paralelas. Con estas madres solteras se entreteje un relato que, como todo buen melodrama, no está exento de padecimientos, identidades ocultas, deseos velados y una puesta en crisis de la idea de familia. Madres paralelas es eso, pero solo en la superficie: ningún film del realizador de ¡Átame! o Volver se define en la unidimensionalidad. En julio de 1936, el bisabuelo de Janis, fotógrafo, tal como ella, es ejecutado en manos de falangistas y sepultado junto a otras nueve personas en la vera de un camino rural. Pero hay un enterrado que vive y ochenta años después, en el 2016 donde transcurre el film, ante el desfinanciamiento y la inoperancia del Estado, Janis aume aquel legado atravesado por la represión y la sangre transmitido por generaciones y se embarca en la tarea de movilizarse para hacer posible la exhumación de aquella fosa común.