Definitivamente, Adore es una película que tanto Naomi Watts como Robin Wright hicieron para vacacionar y tomarse unas cuantas copas en las paradisíacas costas de Australia, donde tuvo lugar la filmación de la última incursión de la directora Anne Fontaine. Basada en una historia corta de la novelista y ganadora del Nobel Doris Lessing -que vio la película y se revolcó por los suelos, uno puede imaginar- la escandalosa trama del film transita a través de sus libidinosos tópicos con una ligereza extremadamente preocupante y con una facilidad de textos bochornosa.
Debo imaginar que la prosa de Lessing seguro se prestaba a un análisis más profundo de qué es lo que mueve a estas dos mujeres hermosas, en el cenit de su vida, a buscar amor en el hijo joven y musculoso de la otra. Pero durante las angustiosas dos horas de metraje es imposible discernir más allá de la dimensión unilateral de hacerlo por el simple hecho de poder hacerlo. Pasando de la relación estrecha que tiene el cuarteto -madres e hijos toman sol en la playa juntos, y cenan y beben prácticamente todas las noches- no hay mucho más criterio que justifique las acciones de los personajes. Miradas profundas, incómodas, situaciones que rozan lo ridículo, transiciones entre una escena y otra casi vergonzosas y sin ningún otro motivo más que escandalizar. Es pavimentar el camino para el festín pornográfico menopáusico que ofrecerá 50 Shades of Grey el próximo febrero.
Hoy en día son preocupantes las elecciones de Naomi en cuanto a proyectos. Saliendo de una nominación al Oscar por la increíble The Impossible, duele cuando tiene una seguidilla horrible como la impresentable Diana y el film que nos ocupa. Aquí se limita a tener una creíble amistad con Robin -el costado más sólido de una película endeble- con una copa de vino blanco ambas para sobrevivir a la tortuosa travesía, Wright siempre con una sonrisa deslumbrante de lado a lado. De los jóvenes calenturientos, Xavier Samuels es quien mejor sale parado, mientras que James Frencheville no logra salirse de las líneas acartonadas de su actuación y nunca le da el dinamismo necesario para que el espectador se interese por su destino. Como secundario, Ben Mendelsohn no tiene mucho para trabajar como el bastante centrado marido de Wright.
De no ser por la hermosa fotografía y por la cantidad de risas inesperadas ante cada situación que presenta, Adore sería un desaprobado absoluto. Aún con la colosal cantidad de malas decisiones de guión, podría convertirse en una de esas películas que de tan malas resulta buena, y hasta puede conseguir seguimiento de culto en un futuro cercano. Cuando un concepto polémico tiene un tratamiento tan inoportuno, el resultado es un descarrilamiento en cámara lenta como éste.