Madres perfectas no es una película mala pero tampoco es una película necesariamente buena. A lo largo de toda la cinta tiene elementos que la tiran tanto para un extremo como par el otro.
Pero desde el principio hay una cuestión muy en clara: busca provocar jugando el juego de lo prohibido y el taboo y -parcialmente- lo logra.
Este retrasadísimo estreno sobre las historias cruzadas de dos mejores amigas de toda la vida que comienzan a mantener relaciones cada una con el hijo adolescente de la otra se propone mostrar mucha piel convirtiendo en mainstream un incesto que no es tal si nos ceñimos en lo literal de la palabra pero que si se analiza en esta historia en particular no puede ser otra cosa.
El espectador se encontrará a la espera de que el conflicto estalle y se llevará más de una sorpresa al respecto aún si intuyó el lugar para donde derivaría la trama.
Las poderosas actuaciones de Naomi Watts y Robin Wright están a la altura de lo que el guión intenta (pero no termina de lograr) transmitir.
Por momentos llama la atención la sinergia entre las dos actrices porque parece que están interpretando a un mismo personaje.
Por su parte, Xavier Samuel y James Frecheville hacen un gran laburo para poder estar a la altura de sus consagradas y premiadas contrapartes.
Un cuarteto con mucha química donde la sexualidad se une a un paradisíaco escenario natural.
Ahora bien, el guión tiene situaciones y diálogos muy repetitivos y un par de secuencias poco verosímiles para personajes aparentemente cuerdos, tal como la directora (y guionista) Anne Fontaine quiere mostrar.
Da la sensación que la cineasta no supo encontrar el balance ideal entre el morbo y la euforia dotando al film con una solemnidad innecesaria.
Madres perfectas si bien provoca se queda en la mitad de camino de lo que se podría brindar con una historia de tales características y ahí es cuando el espectador pierde pese a los elementos buenos que la película posee.