Filme bifronte por donde se lo mire, Maestras del engaño es asimismo una diapositiva en negativo de Dos pícaros sinvergüenzas, comedia picaresca de 1988 de Frank Oz con Steve Martin y Michael Caine. Lo que allí era machismo encubierto se vuelve aquí feminismo superficial, en la vena pop que exhibieron las recientes remakes de género de Hollywood Ocean’s 8: Las estafadoras o Cazafantasmas.
Pero no hay nada en la comedia del inglés Chris Addison que se acerque al comentario político, sólo algún que otro subrayado en el que se habla mal de los hombres o se los expone en su debilidad más ordinaria: la de sucumbir al encanto del sexo opuesto.
Los juegos de seducción se combinan con los de la estafa en el dúo que componen Josephine Chesterfield (Anne Hathaway) y Penny (Rebel Wilson), dupla despareja minada por los contrastes: Josephine es una lady refinada, hermosa y entrenada que engatusa a sus víctimas de mansión con una falsa vulnerabilidad sollozante, y Penny una clown regordeta que perpetra sus atracos fallidos en los bajos fondos. Ambas llegan a armar una sociedad delictiva tras un encuentro fortuito en un tren (allí donde las clases sociales intercambian asientos), aunque sus fechorías se verán también marcadas por la competencia, la codicia y la falta de entendimiento.
La primera parte de Maestras del engaño es la más atractiva por la osadía de Wilson, que amaga a imponer un slapstick físico y facial de stand up a medias entre la gracia arrabalera y el vacío humorístico. Hathaway, no sin pericia de actriz de trayectoria, se limita a ser el colchón de plumas que devuelve los chistes.
La aparición del joven magnate de la tecnología Thomas Westerburg (Alex Sharp), distinto a los carcamanes que hasta el momento son presa común, anula los talentos fingidores del dúo con anticuerpos cáusticos: la asexualidad y el amor. Cuando la complicidad final entre géneros demuestre un mismo deseo (ilegal) por el dinero, Maestras del engaño alcanza su lucidez moral sin haber engañado a nadie.