Magalí

Crítica de Marcos Guillén - Cuatro Bastardos

[REVIEW] «Magalí» de Juan Pablo Dibitonto

«Hay noches turbias de tanto polvo, digo, en que miro esas cosas.
Entonces no sé si lo que veo viene desde el recuerdo o si todo eso es cierto«.
Mujeres de negro – Manuel Castilla

Están los que se van escapando, y haciéndolo olvidan; los que forzados a irse se alejan y nunca terminan de extraviarse. Y las voces ausentes, las memorias descartadas se apelmazan en los rincones hinchando espacio, enajenando. Magalí, la ayudante de enfermería, interpretada por Eva Bianco, cabalga entre ambos en ese Buenos Aires en el que deambula solitaria. En el que cuando quiere comunicarse no conecta. «¿Irá al carnaval?», le pregunta a una paciente, y esta distraída pregunta «¿Qué?».
Hasta la noticia de la muerte de su madre y su viaje al norte, uno bien lejano y austero, parece ser alguien sin tiempo, ni sensaciones. Donde la crueldad del abandono lo vive sin emoción más profunda que un gesto. La muerte es el disparador para una historia que cabalga entre drama y un giro de realismo mágico que alimenta, si se puede, lo mítico del relato que escriben Juan Pablo Dibitonto, también director, y Daniela Seggiaro.
La odisea de Magalí a los altos valles del norte argentino, se asemejan a esos que los poetas riman en fogones. Un drama de reencuentro con las raíces, de recuperación no solo de una memoria abandonada que es su hijo. Sin prisa pero sin pausa, desarrolla el director, una historia sobre el retorno a un sitio que parece nunca haber pertenecido y al que comenzará a hacer propio a través de la memoria de su descendencia. Extraño y atractivo que sea un niño, usualmente es el anciano esta vez muerto, quien conecta a un adulto con su mundo. Que gracias a esa historia del puma asesino, mitad animal salvaje y mitad espíritu errante construyen un mito moderno sobre la pertenencia. Ese espacio que soberbiamente retrata Lucio Bonelli con su fotografía no es casual, con su aridez y soledades ventosas representa sus habitantes.
Eva Bianco entiende y asume el peso del drama casi en su totalidad; con su Magalí de miradas y silencios construye una criatura interesante a la que se le notan los pedazos, los desencuentros. Y que evolucionará y es entendido en la variación no solo emocional, también en la pequeña alteración del vestuario, el peinado; detalles pequeños que ayudan a nutrir los cambios.
Este mito moderno que se cuece en los cerros no escapa a las sombras del mundo moderno, a la obsesión por sobrevivir con empleo y sueldo. Que aquí bien se contrapone a solo vivir con lo que se ha nacido. Quizás resulte naif, inocentona la contraposición, pero es establecida con tanto tino y suavidad que resulta hasta parte del cuento. Un espíritu busca, en forma de puma – ellos le llaman león – a la niña de los ojos con que se prendó, mientras mata sin saciarse y Magalí es la única capaz de detenerlo mostrándole el camino de regreso al mundo de abajo. Ser capaz de tanta magia y no recordarlo o creerlo, negarse a volver a ser porque es volver para no irse.
Juan Pablo Dibitonto recrea un mito sin mosquear tanto el género fantástico, con una fotografía exquisita y una banda de sonido, o más bien música incidental, perfecta. Y a la vez narra un drama intimista cálido capaz de sostenerse en pocos personajes. Todo austero y bello como el paisaje montañoso.