De abusadores y abusados
Entre los films acerca de víctimas y victimarios de las dictaduras militares ejercidas en Latinoamérica, Magallanes (2014) es uno de los mejores. En él se desarrollan temas como la memoria, la complicidad civil y el peso del pasado, todo en una misma película que se corre de lugares comunes para centrarse no tanto en lo sucedido sino en los resabios que quedaron en el presente.
Magallanes (Damián Alcazar) es un hombre mayor con el peso de la vida en su rostro que cuida a un moribundo anciano (Federico Luppi) en sus tiempos libres. Se gana la vida como taxista cuando un buen día reconoce a una pasajera (Magaly Solier) y se conmueve. No sabemos bien cuál es la relación con ella en ese momento pero entendemos rápidamente que se trata de una herida del pasado imposible de curar para el protagonista. Ella fue víctima de abusos por parte del Coronel (el hombre anciano) y Magallanes fue cómplice del ultraje. En una especie de redención personal, el protagonista busca ayudar a la chica extorsionando al Coronel con una foto del pasado.
Mediante una historia de narración clásica y lineal, de fuerte carga emotiva, Magallanes expone una serie de situaciones bastante verosímiles sobre los lugares que ocuparon los ahora civiles en el proceso militar: no todos son víctimas y victimarios, también hay cómplices, torturadores sádicos, gente enriquecida, etc. Un pasado cargado de torturas y abusos –y no sólo físicos- que sigue presente en los testimonios de quienes formaron parte y sus discípulos.
La historia es narrada desde el punto de vista del personaje del título, un hombre leal a su jefe que acata sin cuestionar las órdenes recibidas sin pensar en las consecuencias. Un verdugo del poder, capaz de realizar las mayores atrocidades eximiéndose de responsabilidades. Lo que la película de Salvador del Solar muestra es el peso de sus actos en el tiempo, por ende Magallanes es hoy en día una persona traumada psicológicamente e incapaz de sentir deseo, con un recuerdo que lo atormenta de por vida.
Magallanes intenta resarcirse, liberarse de su carga si es que aún hay tiempo para hacerlo, y choca con una serie de personajes más oscuros que él. El coronel que padece un tranquilizador Alzheimer que lo excusa de tolerar el pasado. Su hijo, un empresario multimillonario sin ética ni moral, enriquecido con los delitos de su padre, y otro personaje como él, mano derecha silenciosa del poder, que inunda su vida de alcohol para tratar de “soportar” su rutinaria vida actual.
De la otra vereda está la chica abusada. Descendiente de pueblos originarios, víctimas de la masacre acontecida. Ella carga la cruz, la culpa y el peso del pasado sobre sus hombros, con una sociedad que le da la espalda económica y afectivamente. También está el policía al servicio de los poderosos, los jóvenes marginales que encuentran en el dinero el único valor social, la dueña de hipotecas sin piedad, etc.
En este universo, y más allá de algunos maniqueísmos, Magallanes abre un abanico de situación muy certero, con personajes grises cuyas vidas son tan miserables como verídicas. Sus porvenires se cruzan en las marginales calles de Lima, Perú, presentadas como un residuo de aquellos años oscuros que dejaron una sociedad consumista, vacía de sentido espiritual y valores humanos.