Cuando el arte es el vehículo para mostrarle a la humanidad sus horrorosos errores
El ejercicio lógico y natural de analizar todo lo que se puede ver en el cine es inherente a todos y cada uno de los espectadores asistentes a una proyección. Nadie puede escapar a esa práctica. Del otro lado, hay una o varias razones para poner en marcha el sueño de hacer una película, terminarla, estrenarla y que haga su recorrido. Esas razones quedan plasmadas fehacientemente en el momento exacto en el cual comienzan los créditos finales.
A cada cual le corresponderá su conclusión, y en este sentido es saludable pensar la crítica como una opinión. ¿Calificada? No sé. ¿Calificada en qué? ¿Bajo qué subjetividad? Con la obra consumada es imposible volver atrás. Ya está. Pertenece al público y su respuesta en la boletería (en el caso del cine) le dará varios matices, entre los cuales también estará el de la (in)justicia de la distribución u otros aspectos.
“Magallanes” podrá ser clasificada de muchas maneras, pero el poderío del relato cinematográfico excede varias veces al poder mediático de las opiniones. Sobre todo cuando la temática se emparienta con la historia, su digestión mental con el consiguiente entendimiento del presente, y la posibilidad de reflexionar mirando el futuro.
Los pueblos de Latinoamérica han sufrido excesos de todo tipo, al punto de tener en la génesis de los mismos la impunidad total en aras de su concreción. La intención no es entrar en un dossier de la historia política de Perú, porque tampoco es la idea de éste estreno., lo cual le otorga al guión la virtud de no tener que subrayar nada porque el subtexto avanza por sobre la anécdota.
Magallanes (Damián Alcázar) es taxista. No hay dudas de eso. Se mueve con solvencia por las atribuladas calles céntricas de Lima con ese casco histórico fabuloso e inerme al paso del tiempo. El hombre responde a un jefe con quién, además, comparte cierta amistad cómplice (en varios sentidos). Uno de sus clientes fijos es un Coronel (Federico Luppi), de quién es prácticamente su chofer de confianza. Da la sensación que no cualquiera lo lleva en taxi de acá para allá. Pero un día de rutina sube Celina (Magali Solier), dueña de una peluquería en vías de bancarrota luego de una mala inversión en productos de una empresa multinacional que nadie quiere, y pese a parecer una pasajera más, el chofer la reconoce como una de las personas a quién tuvo en cautiverio cuando fue soldado del ejército contra Sendero Luminoso.
El juego de compaginación entre planos de la pasajera, el conductor y el espejo retrovisor, funciona a la perfección para instalar la situación, y a partir de allí ocurren dos cosas: La primera, es que el espectador conecta automáticamente a estas dos personas en un acto de amarga intuición. La segunda, es presenciar el presagio de dos soberbios trabajos de actuación sobre los que se sostendrá el relato.
Magallanes es taxista, pero con un pasado turbio. Un pasado político (como ejecutor, no como ideólogo de nada) con el cual se ha resignado a convivir todos los días. Un pasado que se le cae encima de repente, impulsado por la inextricable fuerza de gravedad que ejerce la culpa sobre el alma de los hombres.
Celina es ahora su ocasional pasajera, pero también fue su víctima. El lugar social que ocupan los protagonistas no es casual. Es como si desde lo escrito nos quisiesen mostrar cómo las capas y capas de vorágine e intento de supervivencia en la ciudad hacen perder el foco. Lo urgente tracciona como motor del olvido, porque si no hay momentos de paz interior, no hay lugar para la reflexión. El pasado está enterrado, pero el dolor de la herida permanece allí y se manifiesta de vez en cuando.
El notable guión de Salvador del Solar (también director) trabaja inteligentemente sobre la siquis de los personajes, y gracias a esa astucia nos lleva a mutar varias veces en la concepción de un relato que aborda la culpa, la necesidad de redención, la impunidad, el ejercicio de la memoria, la abolición del olvido en función de la búsqueda de justicia, y la reivindicación de los principios de la dignidad. En ese orden y con una tensión escalonada hacia el monólogo de Celina en dialecto autóctono.
En 2016 será difícil de superar una actuación frente a cámara como la que se ve en esa escena.
Un mismo cuento puede contarse de mil maneras distintas. Se pude aceptar que “Magallanes” es un relato pergeñado a modo tradicional, pero también que, justamente, es el que mejor le cabe. Así lo pide el contenido. Forma y fondo componen un binomio ideal en este caso. Un desafío para cualquier espectador atento al ejercicio de la memoria y dispuesto a ver cuál puede ser el grado de compromiso cuando el arte es el vehículo para mostrarle a la humanidad sus horrorosos errores.