Magallanes

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

El relato de un trauma colectivo

El film tiene su nudo en las atrocidades cometidas contra la población civil durante el enfrentamiento de las fuerzas armadas peruanas con Sendero Luminoso, en este caso en manos de un coronel que en el pasado secuestró a una chica quechua.

Nominada al premio de Mejor Película Iberoamericana en la reciente entrega de los premios Goya (que terminó recayendo en El clan, de Pablo Trapero), Magallanes es una de esas clásicas películas latinoamericanas que suelen ser bien recibidas en el resto del mundo, principalmente en Europa y sobre todo en su poderoso circuito de festivales de cine. Y aunque eso de alguna manera funciona como argumento para explicar no sólo el lugar que el film se ganó dentro de la grilla de los Goya 2016, sino también un itinerario extenso de premios y nominaciones en festivales como los de San Sebastián, Huelva, Chicago o Mannheim, en realidad no le hace justicia al debut como director del actor peruano Salvador del Solar. Porque si bien no deja de ser estrictamente cierto que la película cumple con todos los requisitos tácitos del cine latinoamericano for export (temas sociales propios de la región; revisión de las traumáticas historias recientes que comparten sus países; expresión de las identidades culturales autóctonas que resultan exóticas para la mirada ajena; retrato más o menos sórdido de todo lo anterior), también lo es que Magallanes cuenta con méritos que la sostienen más allá de los prejuicios.Ambientada en la ciudad de Lima, presumiblemente en la actualidad, Magallanes tiene su nudo central, sin embargo, en un trauma del pasado peruano: las atrocidades cometidas contra la población civil durante en enfrentamiento de las fuerzas armadas con la agrupación extremista Sendero Luminoso. Un momento histórico recurrente en la cinematografía peruana. Para confirmarlo, basta recordar los que tal vez sean los dos títulos más reconocidos del cine reciente de ese país en la Argentina, como Las malas intenciones (2011), de Rosario García-Montero, y La teta asustada, de Claudia Llosa, ganadora del Oso de Oro del Festival de Berlín en 2009 y primer film peruano nominado a los premios Oscar. Justamente, con está última Magallanes comparte protagonista, la actriz Magaly Solier, quien en ambas producciones encarna a una víctima de aquella violencia.Sin embargo, esta vez el protagonista principal es un hombre, Magallanes, un ex soldado que continúa trabajando como acompañante del mismo coronel para el que sirvió durante las campañas contra Sendero Luminoso, a quien, ya anciano, el Alzheimer ha afectado gravemente. El conflicto de Magallanes, hasta entonces presente sólo en su conciencia, se manifiesta al llevar en su taxi a Celina, una joven campesina de etnia quechua, a quien durante su adolescencia el Coronel (interpretado por Federico Luppi) mantuvo cautiva en su habitación en aquel cuartel durante más de un mes. Con la potencia de lo reprimido, junto con Celina llegan los remordimientos y un deseo de venganza que Magallanes busca aliviar chantajeando al hijo del Coronel, un empresario exitoso, al que amenaza con revelar a la prensa una foto en la que se ve a su padre joven, sentado en un catre con Celina sobre sus rodillas, casi una niña, ambos semidesnudos. Magallanes es el relato de un trauma colectivo y acerca de la conciencia con que el conjunto de la sociedad lo percibe a través de la historia. Una película sobre la memoria que, sin quitarle el peso a los culpables, se reserva una mirada piadosa para aquellos a quienes el destino les reservó un lugar ambiguo, mucho más amargo: el de ser a la vez víctimas y victimarios.Magallanes tiene momentos de buen thriller, otros en los que se convierte en un drama íntimo potente y algunas escenas de alto impacto, al mismo tiempo que expresa una mirada válida de las cicatrices de la historia peruana. Pero también recurre a elementos estéticos algo anacrónicos (fundidos encadenados; excesos en el uso dramático de la música), se reserva algunos elementos más efectistas que efectivos, y ciertos giros de guión que intervienen de manera demasiado evidente sobre el destino del protagonista. Ahí se trasluce la necesidad de Del Solar por darle a la historia de su personaje un final determinado, como si fuera necesario que el asunto se vuelva todavía más penoso, haciendo que la metáfora sobre la justicia se torne un poco endeble.