Culpas, silencios y dolor
Si bien esta coproducción entre Perú, Argentina y España tiene muchos de esos elementos que hacen al cine latinoamericano festivalero, con explotación de miserias varias y la vinculación con los traumas del pasado, no hay que dejar de reconocerle la tensión que logra como thriller y la determinación sobre la que se construyen algunos personajes, especialmente el de Celina (Tatiana Astengo), una mujer que en su adolescencia fue víctima de múltiples abusos por parte de militares que combatían a la agrupación Sendero luminoso en tierras peruanas. Magallanes explora desde el policial la serie de consecuencias que arrastra una sociedad partida en diversas partes a causa de una violencia institucionalizada que hizo sangrar a un país años atrás. Eso se adivina en el cinismo que portan unos, la culpa de otros, y la frustración y melancolía de esas víctimas acalladas por la historia.
El conflicto se da de manera casual: un hombre que trabaja de chofer y asistente para un militar anciano y enfermo, vínculo que mantienen del pasado cuando el primero era soldado y el segundo un jefe castrense, pero que también desarrolla tareas como taxista. Y en uno de esos viajes, se cruza con una mujer que fue, en el pasado, tomada de rehén y abusada por aquel viejo decrépito a quien el evidente Alzheimer que padece le resulta funcional para olvidar lo conveniente. El taxista, Magallanes (de ahí el título), decide que es tiempo de hacer justicia: de saldar deudas con el pasado y proteger a la mujer, montando una extorsión hacia la familia del militar con la cual cobrar un dinero para ayudar a aquella víctima en un presente de bastantes penurias. Es interesante aquí el rol que incorpora el dinero, elemento de poder que pasa de mano en mano generando siempre un ruido de fondo: ¿es posible saldar traumas como estos con una recomposición material? En definitiva, la mirada individual sobre el dinero dice mucho sobre uno mismo. Magallanes, definido por su propia moral, cree estar haciendo lo correcto.
A partir de ese quiebre, la película -ópera prima en la dirección del actor Salvador del Solar- comienza a tocar todos los resortes del policial, incluso de las películas de crímenes y trampas. Y hay que reconocerle que antes que uno se termine preguntando por la ética de montar un gran espectáculo alrededor de un tema complejo como este, y que involucra el pasado trágico de varias naciones de la región, el director logra un tono medio que hace disfrutable la sucesión de giros e imprevistos, así como el drama alcanza cierta profundidad desde un punto de vista político, alejando su mirada de lo bienpensante. Hay que decir que Magallanes tiene mucho de Breaking bad en la forma en que incorpora lo geográfico a la trama y lo vincula con sus polvorientas criaturas, por la manera en que trabaja lo delictivo siempre desde un lugar ético (sus personajes raramente alcancen lo placentero), y por cómo lo criminal transita una suerte de espacio off, de bambalinas del resto de la sociedad.
Claro está que la música está por momentos demasiado presente invadiendo todos los espacios, hay giros que resultan recursos un tanto de segunda mano, y que no todas las actuaciones alcanzan el nivel de los registros de Damián Alcázar y Tatiana Astengo. Esas imperfecciones son al fin de cuentas, también, deudoras de un espíritu más lúdico y menos académico que es el que persiguen muchas de estas producciones premiables. Magallanes se anima al policial, es sólido en ese aspecto y lo hace con gran profesionalismo (hay una larga secuencia de pago de soborno que es notable), y también a plantar una mirada para nada conformista sobre el presente de una sociedad dividida y lacerada por múltiples heridas que no dejan de sangrar. La coherencia y solidez de Celina termina siendo muy emocionante.