El descreído
Magia a la luz de la luna (Magic in the moonlight, 2014) reflexiona sobre la racionalidad y la magia como su contra cara, poniendo de manifiesto la necesidad humana de creer en algo.
Colin Firth es un mago famoso, el mejor de su época, que se dedica a desenmascarar a gente que se hace pasar por médium. Por pedido de un amigo y ex colega, viaja a encontrar la farsa tras el enigmático personaje de Emma Stone. Tal premisa convierte al relato en una fábula acerca de la necesidad de la fantasía para endulzar la gris realidad.
La nueva película de Woody Allen es sumamente pesimista en su densidad temática. Pero el gran Woody, le brinda ese carisma y simpatía que la transforma en una suerte de comedia romántica. En ella el director de Manhattan (1980) realiza mediante su alter ego (Colin Firth en esta oportunidad) una detallada declaración de principios sobre su escepticismo religioso y moral.
Hace no mucho aparecieron declaraciones del director neoyorkino asegurando que no hay vida después de la muerte, aludiendo al sombrío futuro de la existencia humana. Al ver Magia a la luz de la luna uno puede contextualizar sus palabras y entender que estaba promocionando su último film.
La película tiene una narración clásica, un tanto lenta en cuanto a los ritmos frenéticos del cine contemporáneo. Sin embargo se presta como un agradable relato sobre la manera de mirar el mundo y el porqué de las cuestiones sobrenaturales. Mediante el personaje de Firth, Allen se critica, se parodia a sí mismo, y reflexiona sobre la necesidad de las creencias.
No estamos ante una de sus grandes obras, pero Woody es Woody, y comparado con el resto de los estrenos de la cartelera, el tipo siempre está un paso adelante.