Llega otra vez esa semana al año en el que los estándares cinematográficos se elevan para recibir la película anual de Woody Allen.
¿Qué el hombre ya no entrega aquellas enormes obras de los ’80 y ’90? Sí, puede ser. ¿Qué aún en un plan tranquilo y haciendo un film promedio se eleva por encima de muchos de sus colegas? Sin ninguna duda.
Tal parece que la tendencia ahora es alternar entre un drama y una comedia; el año pasado llegó la dramáticamente punzante Blue Jasmine, ahora es el turno de la sórdida comedia “Magia a la luz de la luna”.
Woody nuevamente no está en pantalla, pero en su lugar oficia como alter ego Collin Fith (que se las ingenia para lograr un mix entre imitar las tribulaciones de Allen y hacer el personaje que hace siempre de caballero bonachón) en el papel de Stanley, un mago que se dedica a desenmascarar farsantes – como Cillian Murphy en Luces Rojas pero en la Francia de los años ’20 –.
Su próxima presa es Sophie (Emma Stone, simpática, pero Woody Allen le queda grande), una mujer que dice ser médium.
Claro, Stanley asegura que todo tiene una explicación racional, que no existe la magia sino el truco de magia, lo terrenal; pero en el encuentro con Sophie comenzarán a suceder todo tipo de hechos, digamos extraños, y así la situación se convertirá en un creer o reventar.
Por supuesto si hablamos de un film del neoyorquino más psicoanalizado sabemos que siempre son films casi corales, y en el medio aparecerán todo tipo de personajes que también se verán envueltos de un modo u otro por la magia alrededor.
Es una comedia típica de Allen, cercana a “Scoop” o a “La maldición del Escorpión de Jade”; de ritmo lento, puesta cuidada, diálogos filosos e inteligentes y una entrega actoral total. Casi un debate rítmico.
Si hablamos de años ’20 sabemos que son los años de auge de Jazz, y ya sabemos el gusto del director trompetista por ese género, así que de más está hablar de la banda sonora.
Todos los elementos Allenianos (¿Existe esa palabra? Debería incorporarse) están presentes, no esperemos a esta altura que las cosas cambien.
Hay romance, hay magia, hay mucha diversión y hasta humor negro. Alguna vez Woody Allen dijo que él no ve el medio vaso vacío, que él lo ve vacío del todo; y algo de eso hay en “Magia a la luz de la Luna”, encuentros entre el pesimismo casi paródico y el misticismo en el que las cosas sino se las explica, mejor.
No va a ser recordada como la gran obra maestra de su director, pero “Magia a la luz de la Luna”, aun siendo consecuencia de alguien que ya filma como de taquito y en una rutina que se autoimpuso, se ubica entre lo mejor de los estrenos de este año… es la costumbre.