Deliciosa comedia romántica de Allen con ecos de Wilde
Corre 1928. El famoso mago chino Wei Ling Soo, que no es chino, recibe el pedido de un colega que lo admira: debe acudir en ayuda de unos incautos americanos fascinados por una dulce y hermosa mentalista. Esa chica es capaz de leerles la mente, adivinarles pasado y futuro, convocar a los espíritus y, sobre todo, vaciarles la billetera. Ella está en ascenso social, tomándole el gusto a la buena vida, ellos son unos nuevos ricos instalados en el sur de Francia, él es un inglés descreído y muy inteligente. Será fácil mostrar el engaño. De paso podrá visitar a su querida tía Vanessa, que vive por ahí cerca.
Pero, ¿será de veras tan falsa esa linda chica? ¿No será que, de veras, hay otro mundo rodeando este que vemos? El mago conoce todos los trucos, a él no van a engañarlo unos ojitos hermosos. Ni esas percepciones que lo dejan perplejo. Ni esas charlas filosas donde, muy educadamente, ella y él se sacan chispas y se tiran lances. Ni eso que en algún momento le sugiere su encantadora y anciana tía: "El mundo puede tener lógica o no, pero no está exento de un poco de magia".
Y está en lo cierto. La prueba, es que esta comedia romántica tiene magia. Encanto. Fascinación. E ingenio, elegancia, gracia, belleza, precisión y demás virtudes que sólo se alcanzan con trabajo, dedicación, buen gusto, experiencia e inspiración. Woody Allen tiene todo eso, y aquí lo aplica, casi diríamos, mejor que nunca. En su ayuda tiene también un elenco perfecto encabezado por Colin Firth y Emma Stone, una música que nos hamaca con suaves melodías, como "You do something to me", o nos hace guiños con Ute Lemper cantando a Kurt Weill en un cabaret berlinés, y también hogares exquisitos, jardines preciosos y otros atractivos que un buen director de arte puede conseguir y diseminar, etcétera. Y, por si alguien cree en esas cosas, diremos también que lo acompaña el espíritu elegante, irónico y fino de un buen teatro a lo Oscar Wilde. Eso es fundamental.
Y si no cree en esas cosas, diremos simplemente que Woody Allen ha sabido releer a Oscar Wilde. Nada como los clásicos para rejuvenecer el alma y alegrar delicadamente los corazones.