El largo y tedioso beso del adiós
Magic Mike, la primera, supo ser una película sobre el amor, el amor hacia un trabajo, el amor de amigos, el amor de pareja. El grupo de strippers se constituía como una cofradía, una congregación que solo aceptaba, a regañadientes y con algo de desconfianza, nuevos miembros que tuvieran el valor potencial de sumar a ese grupo humano. Los ensayos de las coreografías se vivían como momentos serios, de respeto, responsabilidad y camaradería. Cada uno hacía su número, además del grupal, y aportaba al del compañero. Había un líder, sí, pero todos tenían su lugar. Después llegaba el amor, como casi siempre, y el consiguiente abandono de la práctica como paso positivo en la vida, lo que venía a traicionar el espíritu celebratorio de todo lo anterior. Pero, más allá de eso, no había vergüenza ni nada de qué arrepentirse; el stripper disfrutaba de ser stripper y de los muchos beneficios que la actividad le traía.
Magic Mike XXL tiene un ritmo y un espíritu completamente distintos. Los personajes están grandes y cansados, de vuelta de todo, con la intención de hacer una última gira, un último viaje, como la banda de rock que se junta, después de años de separación, para ese último gran show. El problema es que el proceso hasta llegar a esa instancia conclusiva se siente extraño. Es como si MM XXL fuera consciente de su propia finitud, en tanto película sin más secuelas (suponemos), en tanto fin de una era y de la carrera de estos hombres entrados en años. MM XXL tiene gusto a despedida, en la forma, el fondo y el tono.
Algo que llama la atención de la película es el ritmo. Tratándose de una historia cuyo foco está puesto en el baile, esperábamos, como en la primera, varias escenas de coreografías, con música al palo y montaje videoclipero, esa vertiginosidad en la duración de los planos que ya habíamos visto en la primera. Pero no, al igual que sus protagonistas, MM XXL es lenta, cansina, reposada, contemplativa.
Los Reyes de Tampa -excepto Dallas (Matthew McConaughey, cuya falta se hace sentir)-, que se quedó con Adam (Alex Pettyfer) para abrir un negocio nuevo en otra ciudad- salen de gira con el objetivo de ganar una competencia de strippers en Myrtle Beach. Mike (Channing Tatum), asentado en su vida de dueño de una mudadora y separado de Brooke (Cody Horn), se ve atrapado en cierta monotonía, además de sorprenderse a sí mismo con ánimos irrefrenables de danzar. Entonces decide unirse a sus ex compañeros para una última aventura. Lo que sigue a partir de ahí es una serie de postas, lugares en los que los muchachos van cayendo de casualidad hasta arribar a la ansiada competencia.
Cada espacio viene a reafirmar aún más la idea de finitud, de esta despedida prolongada que la película se empeña en reforzar constantemente. Hay escenas largas de conversaciones insignificantes entre los protagonistas y con personajes irrelevantes, hay otros strippers de otros clubes a quienes se les dedican escenas enteras, hay tiempos muertos, hay tiempo de sobra, como quien se va de viaje un fin de semana, sin rumbo, sin prisa.
Toda la secuencia en la mansión de Rome (Jada Pinkett Smith) es sorprendente por la duración, y porque prácticamente no los tiene a ninguno de ellos como protagonistas. La sensación es que hay un pasaje de mando, de las viejas a las nuevas generaciones, y una nostalgia por un pasado mejor. Lo mismo ocurre con la escena en la casa de Nancy (Andy MacDowell), secuencia excesivamente larga que solo sirve para reforzar la idea del fin, de la edad, del paso del tiempo, de la vejez como mal inexorable, aunque no del todo desdeñable (después de todo, Nancy es la única capaz de resistir el pene gigante de Richie).
Magic Mike XXL es lenta, cansina, reposada, contemplativa.
Y este ritmo del que hablamos atenta contra la dinámica de la película, que se vuelve, de a ratos, larga, dilatada, gomosa, fláccida, como si esos momentos de excesiva duración que poco aportan a la trama fueran injertos remachados con desdén. El correlato entre forma y fondo se vuelve cansino y poco atractivo. MM XXL aburre, cansa, nos expulsa del centro. Lo prometido en el tráiler, más magia, mayor tamaño, mucho XXL, queda reducido a un par de secuencias de baile que ni siquiera llegan a impresionarnos, a excepción de un par a cargo del talentoso y multifacético Channing. Algunos números de baile, en la competencia final, en el clímax, son tan básicos y perezosos que no pueden simbolizar otra cosa más que una despedida, del público del torneo, de nosotros, los espectadores.
Ni siquiera hay en MM XXL lugar para el amor (Mike conoce a Zoe pero no termina pasando nada, solo un par de conversaciones insustanciales y aburridas), como si acaso ese sentimiento fuera un residuo de otra época, exclusivo de los años de juventud. El tono medio resulta algo interesante por lo novedoso (hay pocas comedias hoy en día que no tengan ni una subtrama romántica) pero frustrante por la acumulación de inacciones.
Como pasaba en el final de Rápidos y Furiosos 7, cuando toda la familia/grupo se sentaba en la playa, mirando el horizonte y despidiéndose de Paul Walker, el grupo de strippers también termina mirando la playa, el horizonte (con el ruido de los autos de fondo y las chicas nuevas atrás, de relleno), observándose entre sí y con esa expresión en la mirada de quien dice adiós para siempre.