Esquivar el bulto
Los Reyes de Tampa, ahora sin Dallas (Matthew McConaughey) ni Adam (Alex Pettyfer), se dirigen a una convención de strippers para dar una última gran actuación antes de colgar las tangas. El innecesario regreso de los Expendables de los bultos viene de la mano del habitual asistente de dirección de Soderbergh –aquí aparece como el mediocre montajista y director de fotografía– que, a partir de un inexistente guion, encadena sin gracia secuencias de una absurda duración que prácticamente no tienen nada de interesantes, ni siquiera para todas aquellas –y aquellos, claro– que simplemente quieran sentarse a disfrutar de cuerpos lampiños que revolean sus bultos a lo largo y a lo ancho de la pantalla.
Channing Tatum vuelve a confirmar su capacidad actoral aún en una película que se empeña en quitarle protagonismo. Lo mismo sucedía en la primera, en la cual era desplazado por el magnetismo que generaba el personaje de Matthew McConaughey. Pero esta vez, los pasos del GI Joe bailarín no son lo suficientemente potentes como para desviar nuestra mirada –aunque sea por una milésima de segundo– de su cuerpo de goma con abdominales.
El mayor problema de Magic Mike XXL es que pareciera no querer contar nada. El argumento es tan minúsculo que se acerca más a una idea que a una trama; en vez de escenas, lo que hay es una serie de situaciones estiradas de forma irracional que no conducen a ninguna parte. La extensísima secuencia en la mansión comandada por la versión femenina de Hugh Hefner y aquella en la que los strippers pasan la noche en la casa de una milf interpretada por Andy McDowell tienen algo en común, y es que no funcionan a nivel narrativo, dramático o ni resultan visualmente atractivas. Pero no es porque sean demasiado largas, sino porque esa dilatación del tiempo no es utilizada para construir nada más que un relato chato y aburrido que ni siquiera logra captar nuestra atención con las coreografías. Hay hombres musculosos, cuerpos aceitados, sudorosos y semidesnudos sacudiendo bultos, pero lo que falta es testosterona. A la ausencia de química entre los actores se le suma una historia de amor que nunca llega a concretarse ni a generar una mínima tensión sexual; la mirada conservadora que ya estaba presente en la anterior –sobre todo hacia el final– ahora se hace mucho más evidente; al mismo tiempo, los diálogos, torpes e insustanciales, suenan gastados en boca de los personajes.
La película se siente tironeada entre la repetición de la fórmula que funcionaba de a ratos en la primera, y las pretensiones cómicas y hasta de parodiarse a sí misma que ya estaban presentes en algunas de sus performances. El problema es que Jacobs se queda a mitad de camino y no logra acercarse ni a una cosa ni a la otra. Pero hay algo en lo que sí acierta y es en apostar a la parte más lúdica y festiva, evitando caer en el tono dramático que afectaba a la anterior. Los muchachos se disfrazan, bailan y se sacan la ropa hasta quedarse en tanga frente una audiencia de mujeres calientes y desesperadas simplemente porque les gusta, y el director se aferra a esa idea con todas sus fuerzas para escaparle a cualquier atisbo de tragedia que pueda opacar lo que (para él) es una fiesta. Sucede que una sola idea no alcanza para sostener una película de casi dos horas. Y menos para invitarnos a una verdadera celebración visual.
De todas formas, lejos de causar enojo o indignación por su torpeza, Magic Mike XXL podría verse solamente como una gaysploitation muy trash de sí misma. Todo lo demás es relleno.