Una segunda parte sin gracia ni sentido
Pocas historias aprovecha mejor Hollywood que aquellas centradas en la realización personal, el triunfo y la redención. Y si esos elementos del relato pueden combinarse con la presencia de estrellas prometedoras dispuestas a exhibir sus cuerpos como si se trataran de mercancía, el negocio parece ser redondo. Y lo fue en Magic Mike, la primera parte de este film basado ligeramente en las experiencias de su protagonista, el carismático Channing Tatum, como stripper. Ante el éxito de taquilla y público de esa película dirigida por Steven Soderbergh (que esta vez se encargó de la fotografía y la edición utilizando los seudónimos que figuran en la ficha de más arriba), la llegada de esta continuación era inevitable. Lo que sí se podría haber prevenido es la transformación del interesante estudio planteado por Soderbergh sobre la sordidez de un mundo supuestamente divertido en una comedia alocada carente de progresión dramática y de coherencia narrativa. La reflexión original devino en festejo descerebrado de la supuesta fantasía y alegría que brindan Mike (Tatum) y sus amigos. "Sanadores", como se autodenomina uno de ellos implicando, claro, que las mujeres que los siguen rociándolos con billetes y gritos histéricos están enfermas, tan carentes de afecto que hasta la fantasía -transacción económica- que los inflados muchachos le ofrecen es preferible a su realidad.
Con su presencia escénica intacta y su habilidad para el baile puesta en primer plano, Channing merece algo mejor que un par de escenas apenas graciosas que lo deja más cerca de la parodia de sí mismo que del actor serio que puede llegar a ser. Los momentos más logrados de la película recaen en Joe Manganiello y Matt Bomer, dos de los bailarines que sueñan con ser quienes le devuelvan la sonrisa a las mujeres. Aunque sea más mueca desesperada que una verdadera muestra de alegría.