ALBAÑILES SIN REVOQUE
Steven Soderbergh filma a las apuradas, filma todo lo que se le cruza, pero a veces la pega. Aquí, para retratar el mundo de los strippers, posa su blanda mirada en dos bailarines: un veterano, idealista, que sueña con dejar de desnudarse para dedicarse a su familia; y un recién llegado, que recorre el camino inverso: viene desde la inocencia y de a poco se irá embarrando. Los dos trabajaban de albañiles, pero dejan el revoque para subirse al escenario cada noche. Son parte de un elenco que danzan en un boliche de Tampa, pero sueñan con mudarse a Miami. Los números musicales son buenos, hay clima, hay ruido y las chicas disfrutan con esas piruetas. Soderbergh retrata bien ese ambiente, pero después una historia sensiblera le quita sustancia a un filme que pedía más mugre que final feliz. No aporta nada nuevo, ni en tema ni en realización, pero se ve sin esfuerzo. Podía haber sido más incisivo al retratar ese micromundo, pero el libro prefirió no meterse en aguas profundas y dejar que un romance aporte un poco de esperanzas.