Humor al desnudo
Podría ser una historia convencional: dos chicos lindos pero poco afortunados en lo profesional tratan de abrirse camino en la vida, y el punto es qué están dispuestos a hacer para cubrir el espectro que va de la supervivencia al éxito. De hecho Mike (Channing Tatum) y Adam (Alex Pettyfer) se conocen en el transcurso de una changa, cuando los dos se emplean por horas no muy bien pagas en la construcción. Mike trata de juntar unos ahorros para lanzar su propio negocio de diseño de muebles artesanales, mientras que Adam duerme de prestado en el departamento de la hermana. Casi hermanados en la precariedad -Mike apenas le lleva unos ahorros y un departamento de ventaja al más joven-, Adam es solamente algo más nuevo en el camino que el otro viene trajinando hace unos años.
Hasta ahí, nada se sale del tan explotado relato de superación que va cambiando de profesiones y ramas artísticas pero mantiene la moral de “conseguir lo que se quiere sin traicionarse, venderse, etc.”. Pero después, cuando se hace de noche y se encienden las luces del local donde Mike tiene un segundo trabajo, todo se empieza a salir de ese relato a fuerza de sacarse la ropa y revolearla por el aire, porque Mike es un stripper. Y a mucha honra, siempre que la ocupación no se prolongue en el tiempo y le impida cumplir su verdadero sueño. No es para nada difícil ver por qué, entre tantas maneras posibles de ganarse la vida, Mike eligió la que eligió, con ese cuerpo que es un verdadero recurso natural que de otra forma podría parecer desperdiciado. Channing Tatum no solamente tiene el culo que se necesita para andar en una mínima tanga sino que, además, lo mueve con una plasticidad que quita la respiración: pocas veces en el cine actual se pueden ver números de baile masculinos tan bien actuados y filmados -y el equipo de colegas stripper no se queda atrás, ni siquiera cuando se trata de hacer el ridículo con una coreografía bastante gay al compás de It's Raining Men.
El resto del elenco, no demasiado extenso para esta historia mínima, se completa con el dueño del local de strippers interpretado por un siempre repulsivo Matthew McCounaghey -en la piel, muchas veces en cuero, de Dallas, un cuarentón que parece algo así como el destino que amenaza a Mike si antes no da el volantazo- y Brooke, la hermana de Adam, que juega sin vueltas el papel de la chica buena y trabajadora (enfermera, por amor a la obviedad) que tal vez pueda “enderezar” a Mike y llevarlo por el camino de la pareja estable y el trabajo adulto y responsable.
A pesar de la profusión de hombres casi desnudos y movimientos de cadera más que explícitos, Magic Mike puede resultar pacata en la moral que propone como superficie -y de hecho uno de los conflictos de la película es que Adam “cae en la droga” y se pone también a vender-, y no se aleja demasiado de la dorada medianía y sobriedad de las últimas películas de Soderbergh. Pero lo cierto es que la profusión de masculinidad prepotente que explota en las escenas nocturnas bajo los reflectores del local de Dallas, en cuerpos que son fálicos hasta la punta de los dedos del pie, termina siendo una reflexión potente (nunca más apropiada la palabra) y atractiva sobre las condiciones desiguales entre los sexos, plasmadas en esos planos triunfales de bultos generosos enfundados en tangas que rebalsan de dinero.