El cuerpo del delito
Seamos un poco vulgares. Como si fuera una clienta del club nocturno donde trabaja Magic Mike, trepada ante el stripper de turno sin saber qué parte de su cuerpo manotear mientras es revoleada de aquí para allá, Steven Soderbergh se trepa al cuerpo de Magic Mike -la película- con la intención de tocar cada uno de sus músculos temáticos. Se zarandea algo, goza un poco, se ilusiona otro tanto, pero termina sin saber muy bien qué hacer con él -o si sabe, entiende que no puede hacerlo por mantener ciertas formas-. Y finalmente hace lo que todos: termina el show y vuelve al lugar cómodo de siempre, supuestamente satisfecho pero con la calentura implícita. En definitiva, esquiva el bulto (disculpen, lo tenía que decir). Porque si hay algo que el stripper cumple socialmente en un sentido mucho más conservador que la prostitución, es el de satisfacer el deseo sexual reprimido del otro. Incluso, su práctica es más consentida que la de la prostitución. Sí, hasta la liberación de cierta libido tiene sus frenos y retenciones.
Magic Mike es un cuerpo, compuesto a su vez por varios cuerpos: todos lustrosos, trabajados, puestos en escena como si de una coreografía de Step Up 5 en sunga se tratase. Cada cuerpo es un significado en sí mismo, piensa o da a pensar. Seguramente el conflicto más interesante de la película se da entre el cuerpo Channing Tatum y el cuerpo Matthew McConaughey: el primero, construido con mucho esfuerzo, con horas de gimnasio, símbolo del joven sueño americano que sueña; el segundo, puro nervio, casi de ave avara y carroñera, es el sueño convertido en pesadilla. El reverso del éxito contra el talento. Ahí está el nudo interesante de la película: la zanahoria que el sistema pone como horizonte en esta carrera de perros famélicos, pero veloces. Igual, nunca la alcanzan. Ese es el mejor y más típico Soderbergh, el pesimista que agarra lo mainstream y lo convierte indie. Y viceversa.
Pero a Sobergergh lo tientan otros cuerpos (como siempre en su fluctuante y ecléctica trayectoria). Le da poco espacio al cuerpo Joe Manganiello, corte de fondo de la primera y más placentera parte del relato, y demasiado al cuerpo Alex Pettyfer, la obviedad hecha stripper, un “cowboy de medianoche” del subdesarrollo: virginal y sin laburo encuentra su lugar en los shows de desnudistas y, claro, nada puede salir bien. Por más que Soderbergh quiera evitarlo y hacerse el relajado, goza con los cuerpos pero termina diciendo lo que todos esperamos que diga (si creemos que este es un relato típico de caída y redención): ese no es un buen lugar para vivir. Y lo hace. Y lo hace sin gracia ni talento, con una liviandad que se corresponde con el tono del film, pero que impide el verosímil. Si Magic Mike cae en desgracia, un poco, es porque el último cuerpo que obnubila a Soderbergh es el cuerpo Cody Horn: hermana de Pettyfer, es una abnegada enfermera que alberga a su hermano lumpen (lo que tienen que haber sido esos padres para criar semejantes estereotipos) en su departamento. Y el cuerpo Cody, al final, lo que hace es conducir a Magic Mike para el lado de la heterosexualidad (no vaya a ser que usted se confunda) y el de la comedia romántica. Por más que el último plano sea de una gran potencia, pleno de nervio, eso no impide ver que Soderbergh eligió el peor de los finales para su obra, que obviamente forma parte de este cuerpo de obra crepuscular del director.
Soderbergh, que hace un tiempo anticipó que se retiraba de la dirección, comenzó a hacer estas películas pequeñas con las que transita un poco festivamente, un poco rutinariamente, los diversos géneros. Teniendo en cuenta los resultados, uno no sabe si Soderbergh dejará de hacer películas o en realidad hará películas tan pequeñas que terminará evaporándose. Un vapor, un sudor, como el de los strippers de Magic Mike. No mucho más que eso. Tampoco es malo, se quita con un duchazo.