Fiebre de sábado por la noche
Magic Mike, la última película del inquieto Steven Soderbergh, resulta desde el primer momento otro de los mecánicos ejercicios carentes de emoción que tanto disfruta hacer el director, pero en este caso, la plana estructura narrativa y el trazo grueso de los personajes no resultan un defecto, se sienten acordes a la historia, en esta ocasión, la desapegada cámara no desea más que el goce, y está bien que así sea. Protagonizada por esa armadura de testosterona llamada Channing Tatum (el mágico Mike del título) la historia retrata el devenir de un stripper que parece estar en la cresta de la ola, y que en el medio (como Hollywood manda) se cruza en una historia amorosa. Porque si acaso puede sorprender a alguien, esto es sobre placer y dinero, aquí los sueños se tienen que transpirar y el precio es uno que se paga con billetes arrugados (tanto de esos que se meten en una tanga ajustada como el que se busca al final del arco iris, sea lap dance o participación societaria en un club nocturno).
El comienzo presenta un mundo de sueños cumplidos: mujeres (y no solo una), casa junto a la playa, dinero por pasarla de fiesta, y Mike, que no solo parece saberlo todo sino que es el rey de la elasticidad con poca ropa. Un hombre atractivo y que aparenta estar siempre un paso adelante, él es el que se las sabe todas. Con el correr de los minutos nos damos cuenta que todo eso es una pantalla, y la vacuidad y banalidad del hombre torneado se va deshojando hacía una tristeza expresada en el deseo de Mike de ir más allá del dólar sudoroso. En medio de un juego de cuerpos que desean y que a la vez que son deseados, la nueva variable (que no lo es tanto, mínima excusa para sumergirnos en ese mundo) es la aparición de un interés amoroso llamada Brooke (interpretado por Cody Horn, de inexistente carisma). Está joven representa el deseo de Mike, una mujer que no está solo interesada en usarlo como tabla de surf, y a pesar de su cara de nada, escapa a la mera fisicidad de cuerpos a la que esta habituado.
El film se degusta como una canción pop, en este caso la grasitud de Soderbergh calza perfecta en una historia plástica, irrompible por su premisa sencilla y por la elementalidad de sus personajes. Aquí todo esta expuesto, la carne y los deseos, cada uno se expresa con ávidas miradas, Adam (hermano de Brooke y amigo de Mike) ansía ese festival dionisiaco, Brooke al Mike de memorables contorsiones, y nuestro protagonista intenta confundir (de manera infantil) tras unos anteojos su deseo al solicitar un préstamo. Entre todos estos seres que desean, su máximo exponente es Dallas (Matthew McConaughey en una fantástica actuación), aquel que a pesar de los años aún resiste, dueño del dólar y del show, solo necesita verse a si mismo.
Magic Mike encaja con Soderbergh, su distancia da el margen justo para que envidiemos (o nos enamoremos) de esos cuerpos que filma con tremenda pasión, permitiendo una placentera mirada indiscreta.