Dos improvisados delincuentes contactan a un tercero, excéntrico y profesional, para dar un elaborado golpe: secuestrar a una joven muy parecida a la estrella pop del momento (misteriosamente desaparecida), hacerla pasa por ella y cobrar el rescate. A su vez, esa joven, que está embarazada, tiene que decidir si acepta casarse con el duro ladrón de autos al que conoció dos semanas atrás. Hay también un dúo de universitarios que sobrevive robando electrodomésticos, un gordo barrabrava enamorado, su gemelo policía y unos cuantos personajes más, igual de disparatados, absurdos, caricaturescos o directamente imposibles.
Hasta ahí la premisa narrativa de esta comedia criminal que decide jugar –aunque a veces se hace difícil dilucidar si eso es intencional o no- en el terreno de la parodia por medio de la estilización extrema. Desde los vestuarios y las actuaciones hasta los diálogos, todo está tan saturado que los efectos cómicos a los cuales apuntan los recursos desplegados carecen de efectividad. Desde ya resulta imposible pensar que pueda existir algo de profundidad. Seguramente los directores dirán que eso ni les interesa. Se nota que la idea es jugar en la superficie de las situaciones, divertir y divertirse. Sin embargo, y como suele pasar con este tipo de proyectos, lo que puede percibirse es que sus hacedores la han pasado mejor durante el rodaje de lo que luego terminan pasándola los espectadores. El problema entonces reside en que Mala Vida es fallida incluso considerándola desde sus propias reglas.
Pero hay algo que llama la atención y que se destaca muy por encima de las diferentes situaciones del deshilachado relato: la cuidada dirección de arte y, sobre todo, el prolijo y muy logrado trabajo de fotografía. Es evidente que hay detrás gente que conoce el oficio y que se ha preocupado no solo para que cada plano se vea bien, sino también para lograr acentos narrativos o dramáticos en cada una de las escenas y secuencias. Y ello genera, aunque seguramente de manera involuntaria, una contradicción, una tensión estética que le da algo de vida a una película carente de vitalidad, y que pese a su intención de jugar en superficies de regodeo y diversión –empresa por demás limitada, infantil, pero válida seguramente para quien la elige- se acerca más bien al aburrimiento mientras no deja lugar a otra cosa que no sea indiferencia.