Regreso con gloria
Santiago Loza retorna al cine con Malambo, el hombre bueno (2018), una película que transita la delgada línea entre el documental y la ficción para explorar la vuelta de Gaspar (Gaspar Jofre), un ex bailarín de folklore, a las tablas, ávido por conseguir revancha en un certamen nacional.
Agobiado por un presente que lo tiene con dolores corporales que impiden su desenvolvimiento correcto en escena, y con rutinas laborales que no lo completan, Loza acompaña a Gaspar en su cotidianeidad, lo presenta, lo abraza, lo rodea, lo deja ser, lo evade, lo ubica en el centro de la escena para generar la empatía necesaria con el espectador. Por momentos Gaspar completa la pantalla, y en los momentos en los que sus dolores lo abruman, y las críticas de su maestro de danza son más que estallidos y enojo, Loza refleja al protagonista destilando su pasión por el malambo casi como un robot.
Narrada en off por el propio director, y dividida en episodios que impregnan el relato de una épica casi de western, de duelo, de su revancha, el director apela a la construcción de Gaspar como personaje total para poder hablar de otras cuestiones relacionadas a su microuniverso. Y si bien la película comienza a transitar lugares comunes y reconocibles para profundizar cuestiones relacionadas al amateurismo, la pasión por el baile, y el esfuerzo para conseguir los objetivos, hay una intención desde la puesta por trascender la anécdota y descansar la mirada en el entorno del protagonista como generador de las propias carencias que posee. Pero Gaspar no está solo, en la ciudad cuenta con el apoyo constante de su roomate (Nubecita Vargas), quien apoya al bailarín en aquellos momentos en los que flaquear y abandonar parecen ser la única opción, generándole hasta la música con su propio cuerpo para que pueda seguir ensayando a pesar de todo.
Narrada con un estricto y cuidado blanco y negro, para luego impregnar color en algunos detalles y recurrencias en las pesadillas del protagonista, Malambo, el hombre bueno es un estilizado ejercicio de exploración temática que termina por superar algunos subrayados innecesarios desde la narración. Loza, además de explorar el costado más “bueno” del personaje, el que da subtítulo al nombre del film, busca también analizar la doble moral que por momentos lo atraviesan. Desde el odio con su eterno rival Lugones (Pablo Lugones), su alivio al no tener que trabajar frente a un paro sorpresivo, o la búsqueda de placer con una mujer que apenas conoce durante su tratamiento para el dolor.
Cada índice es ubicado estratégicamente en el relato, desde ese arranque con el maestro de Gaspar regresando a la ciudad, en contraste con la rutina de pueblo, que enmarcará un posible final reiterando el motivo, a la relación que el hombre entabla con cada uno de los alumnos a los que enseña el centenario baile, sus doctores, y aquellos rivales que irá encontrando en su camino.
Malambo, el hombre bueno tiene momentos de una belleza única, y otros en los que la exploración de la forma superan su origen. Santiago Loza es un artesano de la imagen, pero también de la poesía y de la palabra, uno de los pocos realizadores que entienden el soporte, sabiendo que la clave de este relato se encuentra en las posibilidades expansivas de la épica de la revancha y la necesidad de triunfo que el protagonista busca desesperadamente.