Tercer largometraje de Alejandro Chomsky, Maldito Seas, Waterfall parte de una idea que pudo ser disparadora de un análisis interesante, o el simple manejo de una situación divertida ¿Por qué no suceden ninguna de los dos supuestos?
Luego de Hoy y Mañana y Dormir al Sol, podríamos decir que a Chomsky le atraen los personajes con cierta apatía, o desgano por emprender una actividad pronta.
Claro que en Dormir al Sol contaba con la exquisita pluma detrás de Bioy Casares en una adaptación de tono medido y correcto para el célebre autor. Maldito Seas… también es la adaptación de una novela, en este caso de Jorge Parrondo, y el principal problema que uno encuentra es el personaje que conduce el título.
Roque Waterfall (Martín Piroyansky, con sus mohines habituales a los que le suma una cierta pesadumbrez) es un treintañero que básicamente se dedica por no hacer nada de su vida, por lo menos nada productivo. Su vida pasa por lo que vulgarmente se conoce como “hacer huevo”. Tiene el privilegio de poder vivir de rentas, y su rutina va de grabar visitar bares durante el día, salir a pasear con su amigo, tener algún tipo de interacción desapegada, y dedicarle a tiempo a su pasión por Atlanta; no mucho más ¿Cómo se genera empatía con un personaje así? El guion no lo logra.
Roque transmite a la pantalla el mismo tedio que abunda en su vida, y lejos de envidiar su relajada vida, se suma cierta irritabilidad. Pudo ser un perdedor querible, alguien que perdió su rumbo y que tratará de encontrarlo ante la vista del público en medio de varias peripecias, no. Tampoco se asoma a un análisis de conducta de alguien que decidió poner su vida en pausa y descansa en todos los sentidos posibles.
En una duración corta que no llega a la hora y media – pero que parece bastante más –, se producirá un giro cuando aparezca en escena un documentalista, interpretado por Rafael Spregelburd (otro que repite mohines), intrigado por la vida de Roque, la cual quiere plasmar en pantalla. Allí el film intenta un cambio de registro, un poco a la manera del inicio de Me casé con un boludo o UPA, mostrando el trasfondo del cine independiente argentino con mucho de grotesco. Pero eso no es todo, porque el guion encontrará el modo de ubicar otra vez a Waterfall y su apatía en el centro de la escena, esta vez con un pequeño embrollo relacionado al documental y los cambios que pueden estar presentándose en su vida.
Sin grandes hallazgos técnico, pero tampoco ninguna dificultad importante para esta propuesta más bien modesta; sus mayores inconvenientes son a la hora de remar con un centro que no genera el suficiente interés y por el contrario crea cierto rechazo y hasta irrealidad para el espectador medio.
Maldito Seas Waterfall es una comedia, con toques costumbristas (de una clase un poco elevada quizás), que no llega concretarse precisamente en sus dos factores, genera escasa gracia, y cuesta encontrarse en el espejo de esta costumbre.