LA MARGINALIDAD COMO GESTO
Maldito seas, Waterfall! es una propuesta infrecuente dentro del panorama del cine argentino actual: es una comedia que apunta al público festivalero con sus referencias cinéfilas y su juego con el cine dentro del cine, pero que exhibe -a partir de burlarse de aquellos materiales que la componen y que son un guiño a los clichés del denominado Nuevo Cine Argentino-, una vocación por saltar el gueto y ser popular. Tal vez no logre ninguna de las dos cosas, ni que la apoye un público masivo ni que los “intelectuales” la tomen demasiado en serio, pero en el espíritu lúdico que la motoriza hay algo atractivo que supera, incluso, las propias limitaciones y falencias.
El film de Alejandro Chomski tiene un supremo acierto: su protagonista, Roque Waterfall (un Martín Piroyansky como pez en el agua), es una suerte de slacker, un hedonista de campeonato que vive de rentas y sin mayor objetivo en su vida que el de ver viejos partidos de Atlanta, su equipo. Waterfall es un tipo sin reglas y sin dogmas, o si los tiene son dogmas vagos que apenas funcionan como un ligero manual de instrucciones. Entonces, el acierto es que Chomski desde la forma apuesta por una narración que incorpora el espíritu del personaje: hay un humor lunático que a veces funciona, mucho absurdo y un devenir de situaciones sin un hilo demasiado evidente. Waterfall se cruza con un director checo que está filmando una película en Argentina y que se termina fascinando con su impostura, por lo que busca retratarlo en un documental. Este elemento es el que aprovecha Chomski para burlarse un poco de sus colegas y exponer la ridiculez de ciertos conceptos que inundan el cine de un perfil más independiente.
Es cierto también que así como la película opta por un recorrido zigzagueante y que genera una enorme correlación entre forma y contenido, por momentos se vuelve un poco confusa en relación a cuáles son las verdaderas intenciones del realizador. Porque si por un lado la burla es divertida, por el otro se vuelve un recurso fácil desde el momento en que no opone un concepto a cambio (por ejemplo, algunos personajes son sólo una idea sin profundidad como la “rubia cheta y tonta” que se relaciona con Roque). Maldito seas, Waterfall! acompaña a sus criaturas hasta cierto momento, porque a la hora de las resoluciones les suelta la mano y prefiere la mirada distanciada que aporta el cinismo . Cuando llega el final, lo que vemos es la película sobre Waterfall, que respira mucho de ese falso lirismo del film que Barney Gómez presentaba en aquel festival de cine de Springfield. Pero allí donde Los Simpson construían una sátira que se podía leer en dos direcciones, la película de Chomski profundiza uno de sus niveles, tal vez el único.
Maldito seas, Waterfall! es una película que funciona cuando más arriesga y apuesta por lo lúdico volviéndose imprevisible, y que en contrapartida se empantana cuando se contenta con señalar con el dedo desde un lugar de superioridad. Pero sin hacer una apología tonta de la originalidad, hay que reconocerle su carácter de rareza casi marginal; marginalidad que por otro lado le sienta perfecta a Roque Waterfall.