El director de Hoy y mañana y Dormir al sol incursiona en la comedia de slackers y enredos con más que dignos resultados.
"Más que desempleado soy alguien que no trabaja", dice Roque Waterfall (Martín Piroyansky) cuando la médica que lo atiende por un ataque respiratorio le pregunta a qué se dedica. Su tono es seguro, vaciado de dolor y de culpa: él disfruta siendo quién es, haciendo lo (poco, casi nada) que hace desde que sus padres murieron y puede darse el gusto de vivir de rentas, preocupándose únicamente por Atlanta, club cuya camiseta no se saca ni para dormir.
El protagonista del nuevo largometraje de Alejandro Chomski (Hoy y mañana, Dormir al sol) tiene una buena dosis de patetismo de la que el film se hace cargo poniéndola en primer plano. Personaje sacado del ideario de Mariano Cohn y Gastón Duprat (aunque está basada en la novela de Jorge Parrondo), Waterfall vive en bata, mira VHS de partidos viejos del club de Villa Crespo, maneja un Ford Falcón destartalado y su agenda parece imperada por los deseos y la voluntad del momento.
Esas características, sumada a la presencia de un amigo que lo idolatra por su capacidad para vivir sin trabajar (Walter Jacob), lo vuelven sumamente cautivamente para un realizador alemán (Rafael Spregelburd) llegado a la Argentina con el objetivo de filmar un documental sobre los que “no tienen nada”, pero que terminará haciéndolo sobre alguien que “no hace nada”.
Maldito seas Waterfall seguirá tanto el proceso creativo del film dentro del film como el derrotero del protagonista y su incipiente relación amorosa, moviéndose entre el absurdo (la escena del velorio de perros) y una pátina de negrura. A medida que la narración avanza, la faceta de cine dentro del cine empezará a ganar más terreno, nutriéndose de referencias y guiños (Matías Alé, comentarios sobre el cine independiente) que terminan sacándole parte del veneno inoculado durante su primera parte.