Que viva el terror al modo argento
De a poco, el cine de género escapa a los nichos habituales y construye una reputación que va más allá de la anécdota. A través de tres relatos, la película juega con los registros y se permite transitar terrenos difíciles, con resultados apreciables.
¡Malditos sean! llega a las pantallas comerciales tras un largo recorrido. Se trata (aunque no es un dato confirmado) del film nacional de género de más importante trayectoria internacional, habiendo obtenido premios en Brasil, Sudáfrica, España y en el tradicional Buenos Aires Rojo Sangre; participando de una docena de festivales de género, entre ellos Sitges, el más importante del mundo, pero también en Holanda, Inglaterra, México, Estados Unidos, además de formar parte de la programación de otros de primer nivel como los de La Habana y Mar del Plata. Aunque este tipo de recuento no necesariamente significa nada, ni positivo ni negativo, no debe dejar de mencionárselo, del mismo modo en que se lo suele destacar cuando la película encuadra en la más prestigiosa (y gastada) etiqueta del Nuevo Cine Argentino. ¡Malditos sean! responde a un rótulo más joven, el de Cine Independiente Fantástico Argentino (CIFA), del cual la recién estrenada Diablo, de Nicanor Loreti (ganadora de la Competencia Argentina de Mar del Plata 2011 y aún en cartel), resulta hasta ahora el más exitoso exponente. Firmada por el tándem integrado por Demián Rugna y Fabián Forte, nombres esenciales dentro del cine fantástico en el país, ¡Malditos sean! responde a las reglas básicas del CIFA y, a partir de una estructura de relato clásica, cruza con éxito varios géneros, yendo del terror a la comedia y de ahí al policial, para llegar al gore (que no debe confundirse con Al Gore).
La historia se desarrolla a través del tiempo en tres relatos que abarcan tres épocas distintas. Lo curioso es que todo comienza en 1979, el mismo año que eligió Benjamín Avila para contar su Infancia clandestina. La referencia no es gratuita. Un grupo de tareas ingresa a una casa derruida en busca de un hombre, pero sólo encuentran a una vieja que parece bastante perdida en un mundo que poco tiene que ver con la realidad. Sorprende que una película de terror nacional se atreva a tomar como punto de partida el más abominable de los horrores reales de la historia del país, y sin embargo la cosa tiene sentido. Forte y Rugna son capaces de jugar con el horror y el absurdo ahí mismo, en el año más violento de la última dictadura militar, el non plus ultra de los horrores absurdos. También sorprende que el tipo que buscan y secuestran sea un brujo, que terminará siendo el origen de todos los males de la película y que trae a la memoria a otro brujo (real), tanto o más maligno que éste. Que dos directores consigan remitir a la Historia de un modo tan inesperado, pero sin resignar nunca la convicción de hacer cine fantástico, es uno de los méritos de ¡Malditos sean!
El relato del brujo es el soporte de los otros dos, que ocurren años después pero que, como la Historia misma, se encuentran fatalmente ligadas a aquel origen. En “La caja”, un atormentado asesino a sueldo se ve envuelto en un ritual macabro para pagar su culpa por la muerte de un niño, mientras que en “Cafeomancia” el amor acaba siendo, como de costumbre, la mejor de las armas contra el mal. En el medio los directores se permitirán poner en pantalla un par de monstruos dignos; escenas de violencia explícita, humor negro, algo de incorrección política y detalles escatológicos; un cameo de Daniel de la Vega (director de Hermanos de sangre, film que este año revalidó en Mar del Plata el triunfo de Diablo) y una desconcertante hermandad de enanos de jardín. Más allá de los puntos flojos, que los tiene (aunque no afecten el gusto de verla), ¡Malditos sean! resulta exitosa no sólo en el relato, sino en su impecable factura artística y técnica. Desde el trabajo de un elenco notable casi en un ciento por ciento a la destacada tarea de cámara, fotografía, arte y música, nada hace suponer que una película de este nivel se haya realizado con un presupuesto menor al de una publicidad de televisión. Sin ser el Santo Grial de las películas de su tipo, el trabajo de Forte y Rugna resulta un nuevo gran y alentador paso hacia un cine nacional de género con personalidad propia. Otra muestra de que acá también se pueden hacer buenas películas de género y, quién sabe, soñar con que el público comience a amigarse con la idea de ir al cine a ver una de monstruos, de tiros o de risa, pero con acento argentino.