Hay películas excelentes, otras que están lejos de serlo y también un tercer tipo al que, más allá de sus logros o falencias, uno se quiere llevar del cine en el bolsillo. Curiosamente,no todas las obras maestras son dignas de ese gesto íntimo y cercano pero, si es que ocurre, resulta una coincidencia más que feliz: algunos de nosotros lo sentimos con Jacques Tati o Ernst Lubitsch, grandes hacedores de películas bolsilleras. Asimismo, es probable que conservemos mucho de lo que vimos en la infancia, y que con Disney eso implica una extraña mezcla de felicidad y tristeza, además de enormes sustos. Maléfica, el nuevo éxito de Disney acerca de la malvada de La bella durmiente es, sin dudas,una de esas películas de bolsillo. Y el juego de palabras que no le queda tan mal: no hablamos de un film de los grandes, pero sí de esos a los que llevamos con nosotros, lo que es igualmente valioso si creemos que el mejor cine también es el que nos divierte, nos asusta y nos emociona.
En otras palabras, Maléfica es una película con corazón. Y eso quiere decir que late, que está viva y que se vuelve fácilmente transportable, recordable, querible. Al fin y al cabo, latir es respirar por sí mismo, y eso es lo que hace que el film pueda superar, por ejemplo, su abundante uso de efectos especiales a través del vínculo vital y dinámico de sus personajes con el entorno. Así, sus paisajes son comparables en estilo y opulencia a los de Oz: el poderoso, también llena de efectos pero totalmente vacía del espíritu de Maléfica, cuyas tierras son lo que son porque alguna vez fueron sobrevoladas por su protagonista, tierras que ahora transita —en el sentido más pesado de la palabra— a pie.
Pero la comparación con Oz: el poderoso puede ser aún más útil para describir cómo es un film que late, sobre todo si pensamos que ambas llevan el sello de Disney y que además tienen al mismo diseñador de producción, también director en este caso. Se ha dicho, por otro lado, que la película protagonizada por Angelina Jolie es una larga secuencia de primeros planos destinados a explotar su fotogenia. Lo más probable es que haya igual cantidad de planos de Oz: el poderoso en búsqueda de la belleza de Mila Kunis o Michelle Williams, y que Jolie esté mucho más cerca que aquellas de despertar simpatía con su personaje tanto como de ser ella misma la artífice de ese magnetismo que nos hace querer perseguir cada uno de sus gestos. Además, la protagonista no está ni cerca de ser lo único que provoca ser perseguido: al contrario de la película de Sam Raimi —a excepción, quizás, de la muñeca de porcelana— la mayoría de los personajes secundarios resultan aquí tan atractivos y entrañables como cualquiera de los principales. Así, las hadas o Diaval (Sam Riley), el cuervo, guían por sí mismos las pulsaciones del relato, que a partir de allí deja de ser una fábrica de efectos especiales para convertirse en una historia con criaturas únicas.
Aun así, hay aspectos de la película que cualquiera definiría como fallidos, así como también podrían encontrarse múltiples segundos y oscuros significados, aspecto que parecen tener todas esos grandes clásicos de Disney a los que un día miramos con los ojos de cariño bien abiertos. Pero ocurre que el film aún posee sus imágenes poderosas, su humor tierno e inteligente y también la fuerza de su giro hacia el amor entre padres e hijos que, por cierto, se le critica con el mismo ímpetu con el que se le agradece a otras películas como Cuestión de tiempo. Por todo esto y un poco más, Maléfica sigue tan entre polémicas como dentro de memorias y bolsillos de pantalón.