Déjà vu demoníaco.
Dirigida por Michael Winnick, Malicious: En el vientre del diablo es el enésimo acercamiento del género del terror a un cine que poco tiene que ofrecer de nuevo, abordando una temática ultra transitada y trillada hasta el hartazgo.
El relato cuenta la conocida historia de la joven pareja que se muda a una nueva casa, en la búsqueda de prósperos horizontes laborales. Además, el matrimonio espera un hijo y, como el público intuirá, los problemas no tardarán en llegar. Lo particular, es que las dificultades llegarán en forma de caja de antigüedades -un antiguo obsequio porta dentro suyo una maldición- y la previsible factoría de Hollywood recurrirá a la aparición del siempre bienvenido especialista en asuntos esotéricos, quien intentará descifrar el misterio.
Luego de un comienzo prometedor y cierta atmósfera construida que avizora un clímax que finalmente nunca llega, el relato central de la película gira a través de un conflicto nimio e insostenible. Para colmo de males, su realizador y guionista apela a todo tipo de recursos visuales y sonoros archiconocidos para el espectador que medianamente haya transitado el género. Con lo cual, la sorpresa y el miedo auténtico brillarán por su ausencia.
Son evidentes las marcadas similitudes con la recientemente estrenada El demonio quiere a tu hijo (Still Born, 2017), de manera que los eventos fortuitos se van sucediendo a medida que nos vemos envuelto en una historia que ya parece habernos sido contada cientos de veces, anticipando su resolución. La fórmula repetida remarca la exigua cantidad de talentos para dotar al terror de un necesario rejuvenecimiento, con excepción del siempre brillante James Wan. Al que, para el caso, este film también cita indiscriminadamente.
La dupla actoral encargada de protagonizar la historia (Bojana Novakovic y Josh Stewart) hace lo que puede con la misma, no obstante la precariedad en llevar adelante la trama denota en su director una falta de tacto notoria para hacer cine de género. Predecible y anodina, la película se convierte en un reiterado cúmulo de lugares comunes que hacen añorar toda la innovación y la osadía que este tipo de subgénero del cine de terror ofreció en su nutrido catálogo durante los años ’70, tiempo en el que consolidó su legado.
Inmerso en terrenos ultra comerciales que penosamente se exhiben en nuestra cartelera -que pareciera producir este tipo de films por generación espontánea-, no es extraño que Malicious se perfile como uno de los peores films del año. Cualquier similitud con El Bebé de Rosemary y a un género del terror que vivió tiempos mejores no resulta, en esta ocasión, pura casualidad. La novela de Ira Levin, que Roman Polanski llevara la pantalla, instauró formas y recursos que se han agotado en su continua reincidencia, convirtiendo al género del terror (y sus variantes) en una burla de sí mismo.