A nadie se le ocurriría construir un gigantesco hospital de niños con la arquitectura del castillo de Drácula, y menos en la cumbre de una montaña, al lado de un risco, todo este potenciado por la lluvia y relámpagos de Seattle. Pero así es el mundo que propone James Wan en su vertiginosa nueva película de terror gótico contemporáneo, ya que el director cambia de estilo con respecto a su excelente “El conjuro” (que tenía que resultar creíble al espectador, ya que estaba basada en la historia real de la pareja de psíquicos protagónicos); en cambio aquí construye una historia fantástica que sorprende con climas ominosos y explosiones de gore. Con “Maligno”, Wan se inspira en el estilo de Dario Argento y otros directores que priorizaban las imágenes por sobre la trama para llevar al público a un universo pesadillesco.
Con el título, y uno de los primeros diálogos del film (“¡Hay que extirpar el cáncer!”) el director y guionista da una pista de lo que está por suceder, aunque lo que ocurre en “Maligno” queda escondido hasta el final. La historia empieza con una sufriente mujer embarazada, que ya ha perdido otros dos, y que es golpeada por su marido alcohólico. A eso se agrega una sucesión de fenómenos paranormales que culmina con un engendro sombrío que asesina al esposo de manera indescriptible. A partir de ahí, la protagonista empieza a tener visiones de otros homicidios cometidos por el mismo ser, y la policía va descubriendo que ella está relacionada con todas las víctimas.
Wan va dando distintos climas argumentales y visuales a tres partes bien diferenciadas del film, luciéndose cuando lleva a sus personajes a los sótanos de la antigua Seattle destruida por el fuego a fines del siglo XIX, y en especial con las masacres que combinan la superacción con lo paranormal. La película tiene sustos a granel, y lo que no tiene desperidcio es el estilo visual de Wan, que sabe cómo usar la notable música tecno dark de su compositor habitual, Joseph Bishara.