Esta película original (no secuela, ni precuela, ni saga, ni «spin-off») del director de «El conjuro» cuenta la impactante y violenta historia de un misterioso ente asesino en busca de venganza. En salas de cine.
Quizás el shot de adrenalina creativa que el género de terror, en su faceta comercial, venía necesitando hace un buen rato, MALIGNO marca un regreso «al origen» de parte del realizador James Wan, que venía desperdiciando hace rato tiempo y talento en películas intrascendentes (como AQUAMAN y la enésima secuela de RAPIDO Y FURIOSO) que solo tenían cierta gracia a partir de esos brotes de maníaca energía y/o delirio que el realizador de INSIDIOUS/LA NOCHE DEL DEMONIO y EL CONJURO les otorgaba. Aquí, el cineasta australiano nacido en Malasia baja los millones de producción pero sube el nivel de delirio para la que termina siendo una de esas rarezas de horror original que no se apoyan en personajes célebres o son remakes o parte de alguna saga interminable.
Acaso la más claramente influenciada por el cine de terror asiático (muchos films del llamado J-Horror japonés operan en territorios cercanos), MALIGNO es una mezcla de film de horror psicológico con una slasher movie de la vieja escuela. Tras un inicio que muestra unos extraños experimentos en un centro de estudios médico a principios de los años ’90 que terminan muy pero muy mal, la película recala en la actualidad, en una casa que invita a ser tomada por monstruos y fantasmas.
Acá, el único monstruo parece ser el marido de Madison (Annabelle Wallis), un tipo violento y desagradable que la acusa por haber perdido algunos embarazos y termina golpeándola hasta hacerle perder uno más. Al hacerlo, una horrenda criatura que no alcanzamos por un largo rato a ver bien parece tomar posesión del lugar, vengarse brutalmente del hombre y liquidarlo mientras Madison se encierra en su cuarto tratando de no ser atacada por él. La policía interviene, con buena voluntad pero extrema torpeza, pero no consigue descifrar lo que sucedió.
Con el correr de los días esa criatura empieza a matar a diversas personas a través de la ciudad de Seattle. Y una de ellas es la doctora que vimos en el inicio del film. Madison, de una manera casi psíquica, parece poder trasladarse al mismo lugar que la criatura y verlo liquidar a estas personas, pero nada puede hacer para detenerlo. Tampoco la policía ni la hermana de Madison, que la ayuda pero no entiende bien qué pasa, logran hacer algo. Digamos que para llegar al fondo de todo esto hay que ir a la infancia de Madison y descubrir qué hay detrás de esa tortuosa etapa en la vida de esta hoy perturbada mujer.
MALIGNO funciona muy bien narrativamente porque sostiene una creciente tensión y misterio que, si bien existen dentro de la lógica del fantástico, también funcionan bastante bien en un territorio, digamos, más o menos humano. Descubrir quién o qué es la criatura que está matando gente por doquier en Seattle no requiere invocar a espíritus ni algún tipo de brujería o encantamiento sino meterse en las zonas más oscuras y literalmente reprimidas del ser humano. Más de una vez la criatura se comunica (la manera en la que lo hace es muy particular) con sus potenciales o futuras víctimas como si fuera la manifestación física de una enfermedad. Y de a poco iremos viendo que algo de eso hay, pero de todas maneras la revelación sigue siendo una gran sorpresa.
Más allá del interés en descifrar los misterios de la trama, lo que funciona bien en MALIGNO es el terror que esta horrenda criatura genera y la sensación de que es imposible detenerla. En ese sentido, la película tiene una cierta cercanía al slasher y a sus padrinos italianos (la torpe investigación policial lleva a pensar en el giallo) salpicado siempre de la más visualmente desagradable monstruosidad mutante del terror asiático. Y Wan –con un elenco de actores poco conocidos y, salvo la protagonista, no particularmente talentosos– encuentra recursos para generar tensión en donde uno menos lo espera, utilizando ingenio donde no sobra presupuesto. Uno de esos recursos es la música compuesta por Joseph Bishara, cuyo leit motiv suena como un cover de «Where is My Mind?», de Pixies, hecho por un émulo de Trent Reznor.
Para el final, Wan usará la experiencia quizás obtenida en sus más recientes films de acción –o sus propias referencias del cine asiático más desbocado– para transformar a su film en una suerte de «vale todo» cinematográfico, con la criatura en cuestión convertida en una especie de villano desmesurado de esos que liquidan enemigos por decenas. Pero más allá que esas secuencias queden por completo descolgadas del resto de la película –más íntima en formato–, funcionan muy bien por sí mismas y hacen recordar también a cierta libertad y descarada brutalidad del cine de horror de los años ’70 y principios de los ’80.
Es evidente, al concluir el film, que apenas se sepa si es o no exitoso en el mercado se lanzarán secuelas y precuelas y spin-offs. En unos años estaremos seguramente agotados de los subproductos de MALIGNO como pasó con EL JUEGO DEL MIEDO y está empezando a suceder con los otros universos empujados por Wan, como los derivados de INSIDIOUS y EL CONJURO. Pero la original se seguirá recordando como una excelente y perturbadora idea ejecutada con sabiduría, ingenio y un toque de malicia, una muestra que todavía quedan caminos por recorrer en un género en el que no todo tiene que venir predigerido.