Un muro de silencio
La Zwi Migdal fue una red de trata de blancas manejada por ciudadanos de origen judío que allá por las primeras décadas del Siglo XX traía por engaño mujeres judías al país y las obligaban a prostituirse. Su centro de operaciones era Capital Federal, pero la red terminó involucrando a unos 3.000 prostíbulos y más de 20.000 mujeres, según los datos que acerca Walter Tejblum, director y protagonista del documental Malka, una chica de la Zwi Migdal, que sigue esta historia singular y a la vez bastante desconocida. Pero hay un dato más interesante: Malka Abraham fue una de esas mujeres, que logró liberarse de la red y terminó trabajando como prostituta en Tucumán. El recelo de la comunidad judía sobre su figura y los curiosos entresijos que existen sobre su vida y -especialmente- su muerte, nutren los pasajes más atractivos de este documental.
Si bien es cierto que desde la forma el film no sale de cierta rutina y falta de ambición, el director sabe que tiene entre manos una historia que anda sola y que no precisa siquiera explicitar demasiado: le bastarán un par de preguntas, a los personajes adecuados, para dejar en evidencia que en esa comunidad judía de Tucumán subyace un pasado oscuro y algo perverso. Malka… es, entonces, un documental donde importa más lo que se dice y donde lo que se ve importa cuando revela miradas o movimientos corporales incómodos, como los de aquel ginecólogo cuyo padre parece haber estado involucrado fuertemente en la historia.
A la manera de las películas de procedimiento, Tejblum no sólo indaga en la Zwi Migdal y en la figura de Malka, sino que además, a partir de su investigación, consigue -sin demasiado esfuerzo- material que demuestra el desdén sobre la figura de la mujer: despreciada por la propia comunidad, y luego de cosechar una fortuna, fue asesinada de una manera brutal aunque el hecho nunca se aclaró. La escena del crimen es curiosa, según detalles de un diario de la época: su cráneo estaba hundido y en la mano del cuerpo sin vida se halló un título de propiedad.
Decíamos que Tejblum consigue esos datos sin demasiado esfuerzo, y esto no es una crítica. Todo lo contrario: el director deja en evidencia que los rastros sobre aquel crimen están ahí, al alcance de quien tenga un poco de voluntad de actuar, pero es esa especie de pacto de silencio que se cierne sobre la comunidad judía de Tucumán la que impide que el final de Malka Abraham se esclarezca. De la misma forma, Tejblum propone un documental sin demasiados alardes visuales o narrativos: lo suyo es la voluntad por desnudar aspectos del pasado y brindarlos a la sociedad (su film es en todo sentido un trabajo periodístico) antes que por dejar una marca autoral en el universo del cine. Son precisamente esos momentos, donde se descubre lo repelente detrás de la normalidad que pretenden ciertos ancianos reputados de una sociedad o comunidad, los que le dan cuerpo a la línea principal del film. Pero por suerte no hay en Tejblum un ánimo de denuncia o de protagonismo a lo Michael Moore, sino más bien el de poseer el espíritu de incomodar a una sociedad que silencia y calla sus propios pecados e imperfecciones, y que se inculpa con apenas abrir la boca.