Varios personajes llegan simultáneamente a un motel con algunas particularidades. Por ejemplo, el sitio está ubicado en la frontera entre los estados de California y Nevada, por lo que el huésped puede pedir alojarse en cualquiera de los dos estados. También hay otros rasgos menos amables, como que todas las habitaciones tienen espejos falsos para poder espiar o filmar a sus ocupantes.
La acción transcurre a fines de la década de 1960, lo que ayuda a que los huéspedes que llegan al mismo tiempo al lugar resulten más pintorescos, incluyendo un cura, una hippie, una cantante negra de música soul y un vendedor estrafalario. Ya el prólogo alerta sobre algo escondido en el suelo de una de las habitaciones, pero si bien el espectador tiene en cuenta este dato, el guión se ocupa de confundir las cosas dándole un flashback a cada personaje para ilustrar su historia previa.
Llena de vueltas de tuerca inverosímiles, esta comedia negra con momentos oscuros divierte y, sobre todo, es atractiva visual y sonoramente (el soundtrack de época es formidable), pero como policial se queda en ese género de thrillers complicados de más. Eso sí, ver a Jeff Bridges haciendo de sacerdote bien vale la pena.