Penas hogareñas con un papi atolondrad
Destinada abiertamente a la gente menuda, el nuevo trabajo de Ariel Winograd (“Cara de queso”) es una repetición de fórmulas conocidas. Tiene la aspiración de que el interminable desfile de torpezas de este padre atolondrado deje un mensajito pro ama de casa, pero sus buenos propósitos vuelta a vuelta naufragan por el trazo grueso de una viñeta familiera que abreva en esas comedias americanas que le da más lugar a la exageración que a la risa.
Hogar de clase media. Víctor y Vera llevan 20 años de matrimonio y el rostro de ella trasunta cansancio y dejadez. Víctor tiene un buen cargo en una empresa dedicada a insumos industriales. Pero Vera es una madre sufridora que archivó su titulo de abogada para ejercer de mami todo terreno, con cuatro hijos que exigen atención, tiempo y cuidados. Claro, cuando ella rezonga, el tipo también confiesa sus tensiones en el trabajo. Un día, Víctor, que vive absolutamente ajeno a todo (ni siquiera sabe que la mucama es renga) lanza una frase que cambiará su vida: “Sabés lo que daría por estar todo el día en casa con los chicos”. Y Vera le hace caso. Tentada por Machu Pichu y una amiga, se va una semana de paseo y deja el hogar a cargo de ese padre torpe, desorganizado, olvidadizo, casi un tonto que no sabe entender que cuando su hija le habla de la regla no está refiriéndose la cartuchera.
Es allí, en el cambio de roles, donde el libro podía haber aportado algo más que caídas y berrinches. Todo le sale mal a este padre aturdido. No es el único: el otro padre que anda por ahí, uno que busca un destino de tenista para su hija adolescente, es también desubicado y poco perspicaz. Por suerte para Víctor, en medio de un hogar que extraña horrores a la dueña de casa, aparece una muchacha (ellas siempre componen) surgida casi del más allá, que pone todo en su lugar. Pero ya nada será igual. El desastre trajo cambios: Vera le tomó gusto a la calle y vuelve a ejercer como abogada. Y un Víctor baqueano y cariñoso se hará cargo del hogar, para alegría de los chicos. Allí el film apura la moraleja amable tras haber acudido a una sucesión interminable de tropiezos (como el aquelarre de la fiesta familiar que organizó la empresa) que complacerán a los amante de las comedias físicas, con caídas varias y un par de ambulancias en escena. A Peretti, buen actor, le cuesta andar entre tanto bochinche. Winograd ha hecho mejores cosas pero siempre hay que reconocerle que no es grosero y que sabe interpretar lo que el público anda buscando. Las vacaciones de invierno están llegando.