Mamá se fue de viaje es una comedia modesta que demuestra cómo hasta las ideas más básicas pueden ejecutarse con dignidad.
Una comedia de Ariel Winograd siempre será bienvenida. Desde su segunda película, Mi Primera Boda (2011), el director ha sabido mantener una producción constante y pareja. Su estilo carece de genialidad pero es efectivo y sincero, maneja el ritmo en su justa medida, se muestra como un habilidoso costumbrista de la clase media (alta) y ganó buenos aliados actorales, como Martín Piroyansky.
Que Winograd sabe filmar queda harto probado en este estreno, Mamá se fue de viaje, una idea sumamente pobre pero explotada con elegancia. El déficit de un guion apresurado es compensado por situaciones irresistiblemente graciosas acompañadas por una plétora de detalles inteligentes en donde se vislumbra el tacto de Winograd para sacarle provecho a cualquier materia prima. El problema está en el hilo conductor, o en una visión macroscópica que delata cierto espíritu improvisado. De todos modos, ya su título ramplón y el oportuno estreno en vacaciones de invierno declara principios de pasatiempo familiar, sin mayores pretensiones que la de convocar a un público desprevenido.
El argumento es tan simple que debería considerarse más bien un disparador: Vera (Carla Peterson) y Victor (Diego Peretti) tienen cuatro hijos. Ella está cansada de la maternidad así que se toma vacaciones al Machu Pichu y él queda a cargo de los chicos. Se irán adosando algunas subtramas pero el motor de la comedia es la disfuncionalidad del cambio de roles.
Mientras la película se enfoca en el grotesco doméstico, funciona de maravillas, con secuencias de caos logradísimas como el enloquecimiento del lavarropas; cuando necesita encontrar substancia haciendo que el padre descubra que sus hijos le son desconocidos, allí el pulso merma y aparecen parches sentimentales que Winograd no sabe cómo usar. Lo mismo podría decirse de la subtrama en el trabajo: es un carril que se toma más por formalismo estructural que por convicción.
La soltura de Diego Peretti para los personajes cómicos es notable. Su mirada tristona, su nariz exagerada y su sonrisa de media cara transmiten una simpatía inmediata. Carla Peterson aporta frescura aunque se mantenga fuera de campo casi todo el relato. El hallazgo del casting está en los hijos: dos adolescentes y dos pequeños (el más chico es hijo del propio Winograd, de un carisma magnético) que en escena crean la dinámica perfecta para que el desmoronamiento del orden doméstico no luzca forzado ni una prestidigitación del montaje.