Terror en variante sentimental
Hay que decirlo en el primer párrafo: Mamá es una muy buena película de terror con un final problemático. Seguramente, el enorme éxito que tuvo en los Estados Unidos y el hecho de que sea escrita y dirigida por un argentino (Andrés Muschietti) le otorgan unos puntitos adicionales en la crítica local.
Sin embargo, los elogios no provienen de un simple reflejo de nacionalismo cinematográfico. Los merece por ser una verdadera obra de orfebrería de suspenso, armada con piezas convencionales del género, pero que gracias a la mano de Muschietti y del productor Guillermo del Toro adquiere la magnitud de un producto singular.
En el marco de una típica historia de fantasmas, combina dos temas poderosos: la maternidad y la orfandad. Tras la muerte de sus padres, las hermanitas Victoria y Lilly quedan abandonadas en una casa en medio del bosque. Cinco años después, las encuentran en estado semisalvaje, gracias a un tío (Nikolaj Coster-Waldau) que nunca dejó de buscarlas. Tras un período de adaptación psicológica, son adoptadas por ese tío y su novia Annabel (Jessica Chastain), una rockera a la que no le disgutaría ser madre pero que todavía no parece preparada para afrontar tanta responsabilidad.
Hay algo extraño en las niñas: hablan con las paredes, no se separan nunca, y se las escucha reír cuando deberían estar dormidas. El psicólogo que las atiende empieza a sospechar que la mamá a la que aluden no es imaginaria sino un alma en pena, un enfermedad que no figura en los manuales. También Annabel es consciente de que una fuerza poderosa se interpone entre ellas y las niñas.
Uno de los tantos aciertos de Muschietti es el modo en que presenta esa entidad sobrenatural: no la esconde, pero tampoco la muestra del todo. Su objetivo es indagar los vínculos del fantasma con las dos niñas antes que causar espanto a golpe de sustos. El resultado es una película de terror sentimental, muy bien narrada, y con varias escenas inolvidables, incluso las más difíciles -las oníricas-, en las que la influencia de Del Toro resulta evidente.
Lo único que hay que consignar en la columna del debe es que haya empleado efectos digitales en vez de una actriz para el personaje del fantasma, lo que tiene la desventaja de volver frías y artificiosas las escenas más dramáticas, bloqueando así una visión más oscura y profunda de los sentimientos de una muerta que no puede descansar en paz.