¿Quién es capaz de pasarlo mal con las canciones de Abba a todo trapo, de no mover aunque sea la pierna cruzada al ritmo de Dancing Queen? Diez años después de la primera película, basada a su vez en uno de los musicales más exitosos y estrenados del mundo, el elenco vuelve a cantar, a bailar y a divertirse con esos temazos de la historia del pop que para cada uno remiten a algo. La buena noticia es que esta secuela propone puro musical autoconsciente de su disparate kitsch: imágenes de postal en las paradisíacas playas griegas, o sus versiones de estudio, íntimos y románticos o entregados a coreografías multitudinarias y vintage, con los personajes cantándole al amor desprejuiciado, al de la primera noche, como no se debe pero mejor sí.
En dos tiempos paralelos, Vamos otra vez funciona como precuela y secuela. Por un lado, la historia de la joven Donna (Lily James), el personaje que interpretó Meryl Streep. La rubia que baila entre playas soleadas soñando el sueño dorado de dejarlo todo para vivir libre en el paraíso. Por otro, en el presente, su hija Sophie (Amanda Seyfried) que prepara la inauguración del hotel en homenaje a su madre, y espera, no muy convencida, la llegada de sus tres padres. Entre ambas, un catálogo de atardeceres cantados frente al mar turquesa, al servicio de un argumento que no sólo profundiza la pavada general, sino que la reivindica, en su artificio casi onírico, levantando la bandera del desenfado como respuesta a todo. Uno se asoma a esta segunda parte, a priori tan innecesaria, con escepticismo. Pero el pastiche nostálgico es tan dulce y delirado, con la inclusión de la icónica Cher y un clímax emotivo -¡My love, my life!-, que obliga a rendir las armas. Y a salir cantando. Sin culpas.