MAMARRACHO: LADO B
Una década pasó del sorpresivo éxito de Mamma mía! (sorpresivo, sobre todo, por el nivel de mamarracho que la sostenía) y volvemos a aquella isla griega para enterarnos que la Donna de Meryl Streep se murió y la hija, Sophie (Amanda Seyfried), prepara una reinauguración del hotel que explotaba a toda pompa. Pero como sucede en varias franquicias del presente, el relato viaja a los orígenes de los personajes en una serie de flashbacks de lo más antojadizos para descubrir qué fue lo que hizo decidirse a Donna a quedarse en aquel lugar (por cierto, estos flashbacks niegan los flashbacks de la original, lo que deja en claro lo insustancial de la propuesta). La secuela Mamma mía! Vamos otra vez naufraga sobre aguas más o menos previsibles, consecuentes con el film que le dio origen -eso sí-, aunque no puede disimular que se trata de un relato de segunda mano, lo que queda en evidencia a partir del setlist al que la película tiene que recurrir: al estar basada en las canciones del grupo ABBA, es indudable que los verdaderos hits estaban en la primera y que esta continuación es un accidente. Entonces aquí, más allá de repetir algunos de los temas inevitables e inflamables de los suecos más copados de la historia, lo que escuchamos (mejor escuchar que ver el despropósito de malos números musicales que pasan por la pantalla) son esos temas que o habrán quedado afuera en la anterior o son lados B.
Seguramente que los entrenados en ABBA nos podrán aportar todo tipo de detalles sobre la importancia de las canciones que aquí son citadas, muchas de ellas de manera absolutamente caprichosa (el momento Cher/Andy García es un ejemplo de todo lo que no hay que hacer). Pero lo cierto es que Mamma mía! Vamos otra vez se las tiene que rebuscar generando empatía un poco a la fuerza ante un repertorio que no engancha automáticamente, más allá de la belleza de muchas de esas canciones. El director Ol Parker, guionista de los placeres culpables y los romances geriátricos de El excéntrico Hotel Marigold, tiene como mayor trabajo el de lograr que las coreografías y los momentos musicales luzcan menos vergonzantes que en la versión anterior, donde el despropósito se apoderaba de la pantalla, todo se veía poco profesional y estrellas como Meryl Streep, Colin Firth o Pierce Brosnan lucían peor que nunca. Que esta secuela cuente con intérpretes jóvenes y probados en el terreno del musical le hace ganar algún punto, aunque tampoco da para maravillarse (tener menos en pantalla a Christine Baranski -una buena comediante que aquí resulta insoportable- es todo un aliciente). Si hay algo que esta franquicia no termina de asimilar es si se tira de cabeza al kitsch o si se toma demasiado en serio. De lo primero, sólo Brosnan parece haberse enterado; de lo segundo, su muestrario de aforismos sobre el amor y la vida parecen señalar que se va en esa dirección. Es entendible el espíritu naif sobre el que se construye el pop y se agradece en las canciones, pero cuando la película quiere ir un poco más allá queda en evidencia su limitado imaginario.
Aún padeciendo Mamma mía!, uno podía entender el secreto de su éxito: un musical repleto de canciones populares que apuntaba más a lo emocional y al vínculo irracional con un tipo de espectador nostálgico, que a lo intelectual. La continuación, por más que luzca un poco más organizada (hasta hay algún número musical digno, como el de Waterloo), es una sumatoria de grandes momentos autorreferenciales que no terminan de funcionar, con conflictos que parecen sacados de la galera y situaciones sobre las que debería pesar algo de suspenso y se diluyen inevitablemente, como la presencia de la abuela de la familia. Mamma mía! Vamos otra vez no es atractiva formal ni argumentalmente, y apenas sobreviven las inmortales canciones de ABBA. Demasiado poco para una película que acumula estrellas (Amanda Seyfried, Lily James, Christine Baranski, Julie Walters, Pierce Brosnan, Colin Firth, Stellan Skarsgard, Dominic Cooper, Andy García, Cher, Meryl Streep) con resultados decididamente indeseables y donde sólo podemos rescatar el causar menos vergüenza ajena que la primera parte.