La aventura de la convivencia
Los directores Federico Falasca, Tatiana Pérez Veiga y Laura Spiner trabajan la realidad e intimidad de una pareja a la manera de un experimento en Mañana – Tarde – Noche, film dividido en las tres partes del título pero que cuentan un día en la vida de sus protagonistas, y que recurre a algunas decisiones de puesta en escena bien puntuales: un único espacio, dos personajes, cámara en mano y unos planos cortos que profundizan aquella idea de cercanía. Inscripta en ciertos tópicos estéticos y formales del cine argentino que ha hecho raíz en el BAFICI, la frescura de los diálogos y las actuaciones, el espíritu lúdico de varios de sus pasajes y el disimulo de sus ambiciones y pretensiones, saludablemente terminan haciendo de este un film antes que aquel experimento.
El centro es la pareja, Julia y Tomás (Katia Szechtman y Jair Toledo), y Mañana – Tarde -Noche los exhibe en aquellos momentos donde los diálogos banales y las situaciones ambiguas van haciendo la cotidianeidad, entre desayunos, cenas, preparaciones para salidas y lavado de dientes. Pero entre todas las posibilidades argumentales que Falasca, Pérez Veiga y Spiner podrían haber explorado en derredor de la pareja, en lo que deciden hacer foco es en la posibilidad latente de la infidelidad. Como en Ojos bien cerrados de Kubrick, aquí el engaño hacia el otro es algo que está ahí y la lucha es contra las tentaciones aunque, claro, sin el vuelo psicológico de aquella y más cerca de los códigos de la comedia romántica, pero encapsulados por un trabajo formal que apunta más a la incomodidad que a la complicidad.
El engaño es algo tangible y posible en la película, pero además se expresa en sueños que los protagonistas tienen y comparten. Hay allí un morbo constante, un deseo amordazado y una zona de riesgo que ambos señalan como un recuerdo amenazante para el otro. No deja de ser un juego perverso, donde la víctima se convierte en victimario, redoblando el juego hasta límites intolerables. En la película las situaciones nunca llegan a la violencia psicológica de un drama intenso sobre la infidelidad (un ejemplo reciente sería la nacional Aire libre), todo es más relajado y juguetón, está instalado en el orden que Julia y Tomás lo exponen constantemente.
Si pensamos en un único espacio y dos protagonistas, más un eje temático como el de la infidelidad haciéndose recurrente, lo atractivo de Mañana – Tarde – Noche es que en sus saltos temporales y su fragmentación episódica, la película recurre a diversas texturas genéricas sin ingresar en el territorio de la parodia, pero bordeando un humor absurdo y una tensión puramente climática. Allí brilla una larga secuencia de huida por los sótanos y pasillos internos de un edificio, o aquella en la que un mail misterioso prende la llama de la duda. Y ahí es donde Mañana – Tarde – Noche expone su otra vertiente: es una película de aventuras, pero sobre la aventura de la convivencia y sobre cómo algunos condimentos que la prolongan en el tiempo pueden ser un poco nocivos. Tal vez el mayor problema del film de Falasca, Pérez Veiga y Spiner es que nunca logra pasar de la anécdota simpática, pero aún así toma sus riesgos y se sale del molde de un cine joven que cree en la abulia adolescente como única posibilidad expresiva.