Casey Affleck se luce en esta película intensa y melancólica
Lee Chandler es un encargado de mantenimiento, que tras la muerte de su hermano, debe volver a su pueblo natal para hacerse cargo de su sobrino adolescente y de paso, enfrentarse a su pasado trágico.
En un filme tan dramático y por momentos deprimente, uno de los grandes logros del director Kenneth Lonergan es alivianar la tensión y la sensación de agobio generalizado con claras secuencias que despiertan sonrisas y descomprimen. Un relato construido entre el pasado y el presente con partes de auténtica poesía fílmica, en las que el mar juega un papel fundamental para el desarrollo de la trama.
En el pasado teatral del realizador quizás se encuentre el fundamento de la buena dramaturgia que tiene el guión, con diálogos bien construidos y situaciones extremas creíbles.
Los apartados técnicos incluyen una buena utilización de las composiciones de Handel y de Albinion, una fotografía de tonos fríos que acentúan la atmósfera depresiva y un montaje tradicional pero efectivo.
El filme es un ensayo sobre la tristeza y el dolor, en el que Casey Affleck logra su mejor actuación encarnando a este hombre atormentado, anormal e impotente.
Son 135 minutos de metraje intensos, cargados de rabia, una película en la que no existe la redención, solo la soledad y el abismo. Dura, muy dura, pero imperdible.