Manchester junto al mar es una película dura y triste. No hay manera de esquivar eso. Con solo mirar la sinopsis, el póster y el trailer nos queda claro. Lo que sorprende al verla no es eso, sino la intensidad que parece traspasar la pantalla para pegarnos en el pecho, sin medias tintas ni grandilocuencias, casi de una manera sutil, y al mismo tiempo profunda.
La historia se centra en Casey Affleck, un hombre de Boston que es obligado a volver a su ciudad para hacerse cargo de su sobrino tras la muerte de su hermano. A medida que la película avanza, mediante flashbacks, se va revelando la historia de Lee (Affleck) y los motivos que lo llevaron a irse de Manchester.
Con esa premisa simple, que podría ser desde una comedia hasta una historia costumbrista, el drama de la vida de este hombre, ya sea pasado o presente, se desarrolla frente a nuestros ojos.
Sin maquillar nada, dura, real e intensa, la historia nos pega pero al mismo tiempo evita que podamos dejar de verla. Nos atrapa. Nos captura. Nos conmueve. Pero no nos aliena. Nos afecta, pero no nos destroza. Y ese es el merito de esta cinta.
Si bien es larga (le sobra media hora por lo menos) y sufre de los vicios de las películas independientes que pecan de snobs y pretenciosas, es una clara radiografía de una persona con el alma dañada. De como esas heridas de la infancia nos acompañan toda la vida, y del peligro de heredarles a nuestros hijos dichas desgracias.