Volver de la muerte
Manchester junto al mar es el mejor de los dramas nominados al Oscar: la resurrección de un hombre destrozado luego de una tragedia familiar.
Hubo que esperar hasta la última semana anterior a la entrega de los Oscar para que se estrene la mejor de las películas dramáticas nominadas. Es un rubro difícil entre las seleccionadas por la Academia porque suelen caminar por la cornisa al borde del golpe bajo o la corrección política, tocar temas “importantes”, bajar línea en desmedro del relato. Este año tuvimos la demagógica y simplista Talentos ocultos, la interesante pero fallida y demasiado cargada Luz de luna -que igual es la única que tiene cierta chance de arrebatarle la estatuilla a La La Land- y la floja y tramposa Un camino a casa. Pero Manchester junto al mar viene a hacer justicia: es un dramón repleto de tragedias pero narrado con una delicadeza y hasta un pudor tan extraordinarios que pasa como uno de esos whiskies tan buenos que no se les siente la alta graduación alcohólica.
Lee Chandler (Casey Affleck) es un encargado de edificios que arregla cañerías, calderas y demás. Es solitario y taciturno. Vive solo en una pequeña ciudad de Massachusetts y cuando termina de trabajar va a tomar cerveza al bar. No parece interesado en las mujeres ni en hacer amigos, todo lo contrario: provoca peleas con los parroquianos para agarrarse a trompadas. Un día, mientras saca nieve a paladas de la puerta de su casa, recibe un llamado: su hermano Joe (Kyle Chandler) ha muerto. Lee viaja a Manchester-by-the-Sea, pequeña ciudad donde vivía su hermano y él mismo unos años atrás, para hacerse cargo del cuerpo y también de su sobrino, el hijo de su hermano. Patrick (Lucas Hedges) tiene 16 años y quedó solo, porque su madre alcohólica abandonó el hogar.
Hasta ahí tenemos un drama: un hombre solo que tiene que hacerse cargo de su sobrino, problemático como todo adolescente. Pero hay más, porque a Lee le pasa algo. No está bien. El guión nos da información al pasar: tiene una ex mujer que se llama Randi (Michelle Williams) y los habitantes de Manchester, que se conocen entre todos, lo miran como a un apestado, como a un maldito. Entonces empiezan los flashbacks y pronto veremos que la verdadera tragedia no es la muerte de Joe (que era esperable porque tenía una enfermedad cardíaca) sino otra, mucho más monstruosa.
Kenneth Lonergan está repleto de virtudes. En primer lugar, escribió un guión que no exagero en calificar como perfecto. Sin subrayados ni explicaciones innecesarias, pero sin agujeros que puedan pasar por ambigüedad, nos toma de las narices y nos va sugiriendo preguntas y proporcionando respuestas a un ritmo constante, sin perderse en escenas innecesarias: cada línea tiene un por qué y las más de dos horas de la película están justificadas con creces. La sola idea de que el guión de La La Land pueda ganarle el Oscar a este (o al de Sin nada que perder de Taylor Sheridan) me da pavor.
Pero también está el enorme trabajo de Casey Affleck, un hombre destrozado, muerto en vida. Es mágico lo que ocurre, y en un punto muy difícil de discernir cuánto es gracias a él y cuánto gracias al guión de Lonergan, pero antes de saber cuál fue la tragedia que lo mató, la adivinamos en sus ojos, en su manera de palear la nieve, en su imposibilidad de sonreír aun cuando una mujer lo encara. Y esa sutileza brilla más en los pocos momentos en los que lo invade la emoción, porque ese es justamente el centro de la película. La resurrección de un muerto que, como todos los que han vuelto de la muerte, vuelve dañado y diferente, pero vuelve.