Geografía del dolor
Manchester junto al mar (Manchester by the sea, 2016) es un sólido drama, centrado en el retorno de un hombre a la ciudad en donde se produjo una tragedia personal. Gran labor de Casey Affleck.
Muchas veces el cine se acercó a las tragedias personales, y en varias ocasiones el resultado no fue óptimo en términos dramáticos. Posiblemente, el mayor riesgo sea caer en los “golpes bajos”, esos manotazos del guión que pretenden construir momentos de conmoción si atender el equilibrio entre lo que se cuenta y cómo se lo cuenta. Sin adelantar demasiado, Manchester junto al mar evita ese defecto, en buena medida gracias a una puesta en escena concisa pero contundente, con una transparencia que le permite al espectador mantenerse cercano a su personaje principal, Lee, un hombre que debe regresar a Manchester cuando su hermano súbitamente muere. Allí lo espera su sobrino adolescente, de quien tendrá que hacerse cargo porque la madre tiene problemas con el alcohol y desde hace mucho tiempo ni da señales.
La tragedia de Manchester junto al mar se revela en la mitad del metraje, cuando ya conocemos los efectos que produjo en Lee, un encargado de reparaciones en edificios que no quiere ningún vínculo con el afuera. Su personalidad distante y el triste presente que lo muestra con arranques de ira son las marcas de aquel pasado doloroso que parece reactivarse día a día. La película tiene una serie de flashbacks que no sólo se dirigen hacia ese momento crucial, sino que también grafican un pasado más lejano. En cuanto a lo espacial, el realizador Kenneth Lonergan hace de la gélida y marítima Manchester un personaje más. Hay muchas secuencias que transcurren en el exterior, que en conjunción con la banda sonora (desmesurada, similar a la que emplea James Gray, con el que guarda varios puntos de contacto) transmite una sensación de desasosiego y pesar.
Otra virtud de la película es la sólida construcción de los personajes secundarios, en especial el sobrino y Randi, la ex mujer de Lee (Michelle Williams). Con el primero, Lee tiene sensaciones encontradas. Acaparado por su pequeño barco, su banda y sus dos novias, el muchacho no consigue fácilmente la comprensión del tío. En manos de una producción mainstream, el vínculo entre ambos hubiera tenido esa pátina entre humorística y ríspida que aquí está, desde ya, pero atenuada, orgánica a la totalidad de del relato. Por otra parte, la aparición de Randi en el presente de Lee revela que no hay papeles chicos para grandes intérpretes. El (postergado) reencuentro con su ex marido entabla una relación metonímica con la película toda. Se trata de un momento graficado de forma sencilla en términos de puesta, capaz de aunar pasado y presente de la historia con un genuino espesor dramático que hace de la mirada y algunos balbuceos toda una geografía del dolor.