La idea de hacer esta película se remonta al año 2011, cuando el actor John Krasinski le contó a Matt Damon la historia sobre un joven ciudadano trabajador de Boston que debía hacerse cargo de su sobrino adolescente luego de la muerte de su hermano, mientras lidiaba con un pasado perturbador que no le permitía volver a ser feliz. Tras esa reunión, la posibilidad de escribir el guión llegó a las manos de Kenneth Lonergan, quien redactó un libro de 150 páginas que en teoría significaría el debut como director para Damon, que además protagonizaría el film. Sin embargo, diferentes circunstancias lo alejaron del proyecto, y fue él mismo quien le ofreció la parte a Casey Affleck. Manchester by the sea, que resulta ser el nombre real de una ciudad en Massachusetts, entró en la famosa lista negra de los guiones todavía no filmados de 2014. Tres años después, está compitiendo para convertirse en la Mejor Película en los Premios de la Academia.
Manchester junto al mar tiene dos elementos sólidos: guión y protagonista. Probablemente, sean esos mismos los que le quiten un poco de protagonismo a lo que será una noche arrasadora para La La Land. Michelle Williams prácticamente escribió su nominación con una sola escena de unos pocos minutos -que ilusamente es la misma que sale en el tráiler- y el joven Lucas Hedges (como Patrick) tiene una performance muy rescatable pese a ciertos agujeros hallados en la trama. Para ser sincera, si bien la película se destaca en el plano independiente con un drama desgarrador sostenido gracias a una serie de flashbacks que nos explican qué diantres está sucediendo frente a nuestros ojos, se vuelve pesada y por momentos algo difícil de sobrellevar.
Es cierto que hay un conflicto, uno grave, pero la obsesión con Lee Chandler (Affleck) deja afuera algunas cuestiones que también hubiese sido interesante explorar, pues uno queda siempre como a la espera de algo más, a la espera del despegue de otros personajes y otros dramas que funcionan sólo como soporte, pero que en la sumatoria terminan dando un resultado incompleto y hubiesen sido aún más interesantes que el corte final. Ojo, evidentemente el objetivo de su realizador era hacer foco en la pérdida y lo cruel que puede ser una vida condenada a no tener un final feliz, pero no cambio mi opinión de que hay escenas forzadas y de sobra (2 horas y 17 minutos) que acentúan la lentitud del ritmo sin necesidad alguna.
A no confundirse, Manchester es una buena película; de hecho a veces muy buena, pero el mismo vacío que siente el protagonista quedó dentro mío cuando abandoné la sala de cine. No sé si eso sea algo positivo o algo negativo, pero lo que sí sé es que una buena fotografía, diálogos inolvidables, humor negro aceptable y una estaca directo al corazón no siempre son una combinación de azulejos que vaya a quedar bonita en el decorado definitivo. Para el tipo de categoría en la que entra este DRAMÓN, destaco muchas otras opciones que están por encima, como ser Los Descendientes (The Descendants, 2011) o Nebraska (2013), por citar dos ejemplos.
Jamás me perdonaré a mí misma el hecho de que un padre que pierde todo lo que le importaba en el mundo, y con ello el sentido de la vida, no se haya ganado mi corazón, pero me temo que hay algo en Manchester junto al mar que no obnubiló a mi costado más sensible.