HOMBRE AL AGUA
Cuando hablábamos de esta película con uno de mis compañeros del staff me preguntó “¿te parece mala o te enoja?”. Y respondí casi sin pensarlo que lo mío era puro enojo y por eso mismo estoy dispuesto a justificarlo.
Manchester junto al mar nos presenta en principio a Lee Chandler, un fontanero que trabaja para un consorcio que muestra un pragmatismo insoportable en su profesión -como si fuese un Dr. House de los desagües sin su jocosa ironía- que varias veces lo lleva al borde de la confrontación. Si bien es cierto que algunos de sus clientes son insufribles, podemos apreciar que Lee tiene su carácter o la térmica un poco sensible, como decimos por aquí. En ese trance, es convocado por un amigo de su hermano, dueño de un barco y padre de su único sobrino, que acaba de fallecer y le testó la custodia del mismo pero no en su lugar de residencia actual sino en la Manchester de la que Lee ha emigrado hacía tiempo.
Este que es el punto de partida de la historia sirve para marcar el regreso de Lee a Manchester y la resistencia que le provoca. Por medio de flashbacks y de reacciones de gente que lo conoce -o conoce su nombre por una historia sombría que parece casi una leyenda urbana-, se nos va diciendo cuáles son los motivos por los que este hombre no quiere permanecer en la ciudad, aunque no le queden otras alternativas si es que desea cumplir el último deseo de su hermano y hacerse cargo de los últimos años de crianza de un sobrino ya adolescente.
Las convenciones dicen que a partir de ese momento podíamos esperar dos cosas: el desarrollo de la relación tío / sobrino que florece para curar las heridas de ambos, y la revelación de eso tan grave que martiriza a Lee Chandler como para que termine de aceptarlo y también pueda sanar. Pero el director decide tomar otro camino que no es el de la redención sino el de la más insoportable languidez y la profundización del dolor.
Casey Affleck que para muchos es “el bueno” de los dos hermanos tiene la dudosa ventaja de poder mover un par de músculos más de su rostro que Ben, cuya parálisis facial ya a estas alturas es alarmante, y por poseer una mirada más expresiva que se adapta a lo que el espectador espere de ella. La mirada de Casey es más empática y si la acompaña con media sonrisa, enternecedora. Esta sola característica parece haber conquistado a un sector del público que enaltece su interpretación cuando no se trata de otro Casey al que no hayamos visto antes. Y si vamos a su papel aquí, le aporta la naturalidad justa para que soportemos todos los malos tragos a los que se nos somete. Porque la película toda es un tour de situaciones horribles que generan dolor y momentos incómodos que, a veces de manera sabia, se omiten en otros dramas del estilo y aquí se han colado para darles autenticidad. ¿Funciona? Claro que sí, todo luce demasiado real y descarnado. Desde los trámites que se hacen cuando fallece alguien hasta las reacciones de los presentes que acompañan al familiar cuando sólo expresan “no sé qué decir”. Incómodo, vergonzante, y cuando el recurso se repite varias veces, innecesario.
Pero lo más molesto del film, lo irritante, lo imperdonable, es el mensaje. Un mensaje que a veces es igual de crudo y doloroso pero enunciado de manera sorprendente como en La La Land, pero que aquí es de carácter penitente. Lee Chandler sufrió un accidente por negligencia que lo llevó a perder lo peor que puede perder alguien en la vida. Esa negligencia, a su vez, pudo haber sido provocada por una disconformidad generalizada con su vida marital / familiar que lo llevaba a evadirse de manera leve, fugaz, sutil, con reuniones de amigos y alguna dosis de alcohol y sustancias en el sótano de su propia casa. Nada escandaloso, nada anormal pero sí lo suficiente para traer consecuencias nefastas en la vida de varias personas. Cuando dije la primera vez “accidente” alguien me corrigió “no fue un accidente” y ahí está la trampa. Lo que le pasó a Lee le pudo haber pasado a cualquiera, pero no es lo mismo -valga un ejemplo que no es lo que sucede en la película- chocar conduciendo ebrio que por una distracción pero 100% sobrio. Es decir, para las consecuencias del accidente sería lo mismo, pero no para el director que quiere decirnos que “eso no se hace” como si se pusiera en el lugar de un vecino que a raíz de lo que te sucedió -o hiciste- te mirará por siempre con una superioridad moral inaguantable. Y si se hace te pasará como a Lee, el que luego de ese momento no sólo tiene una vida miserable sino que, aunque intente salir de ella y le ponga su mayor esfuerzo, lo que lo rodea atentará por demolerlo una y otra vez y hasta quizás lo logre. Porque Lee se equivocó y debe pagar hasta el fin de sus días y si la película durara más de sus excesivas dos horas y cuarto, seguiría pasando desdichas por su error, que no fue error ni accidente y es lo que quiere que entiendas el bueno de Kenneth Lonergan.
Michelle Williams de quien tampoco entiendo la nominación ni los elogios, compone a una mujer que nada hace, ni antes ni después de lo ocurrido, por la estabilidad emocional de Lee. Entiendo que sea efectiva en ese rol, pero tampoco es diferente a lo que se ha visto de su trabajo en otras realizaciones. Lúcido y creíble por otro lado resulta el trabajo de Lucas Hedges como el sobrino de Chandler, que supo escapar a los estereotipos de ese estilo de personajes. En este film la naturalidad está en todo, hasta en los árboles y en el mar, el punto es que valoremos a quienes han trabajado por conseguirla y no a los árboles, que sólo están allí como siempre.
En definitiva si lo que quieren es la prueba de que la vida es dura, cruel, miserable y sin esperanza, esta es su película. Lo mismo si creen que existen cosas que no se superan jamás y ni vale la pena pelear por ellas.
Los que pensamos distinto nos enojamos un poco, nada más.