Manchester junto al mar es un drama íntimo y familiar en el que Casey Affleck encarna a un hombre golpeado por la pérdida.
De semblante duro y abatido y mirada nerviosa y aletargadamente desesperada: así compone Casey Affleck a Lee Chandler, el plomero protagonista de la tercera película de Kenneth Lonergan, que se ve impelido a regresar a su localidad marítima de origen, Manchester, a raíz de la muerte de su hermano (Kyle Chandler), para hacerse cargo de su sobrino adolescente (Lucas Hedges). Como Lee, el drama de Lonergan es contenido hacia afuera y turbio hacia dentro, un ejercicio de naturalismo clásico que no se ahorra un par de efectivos cimbronazos.
Y es que detrás de su fachada de íntima distancia –apuntalada por constantes y bellos planos de la pequeña comunidad cercana a Boston, de paisajes lacustres, barcazas flotantes y clima helado– Manchester junto al mar ofrece piñas, flashbacks, tragedia de noticiero e intersticios cómicos, de alguna manera una combinación de las dos notables y espaciadas cintas anteriores del director estadounidense, la sobrecogedora Margaret (cuya heroína está marcada por un duelo inexplicable) y la más ligera You can count on me, sobre el retorno al hogar y las relaciones familiares.
En una de las primeras escenas se pone de manifiesto la tendencia de Lee a las peleas gratuitas en bares, uno de los síntomas de que algo no anda bien en él, junto a su reticencia a entablar diálogos con mujeres, su andar solitario y cabizbajo y la manera en que otros lo esquivan. Pronto se sabrá que la muerte del hermano no es la tragedia del filme: su deceso estaba anunciado por la medicina, y así Lee y sobrino asumirán el duelo con cotidiana resignación. Lo que Lee acarrea como un peso inhumano es un terrible accidente acaecido años atrás, que lo hizo distanciarse de su mujer Randi (Michelle Williams), quien acaba de tener un hijo con su nuevo marido, y alejarse de Manchester, comunidad a la que ahora debe enfrentar en su incierta estadía.
Por fortuna no todo es ánimo apesadumbrado: el vínculo entre Lee y su protegido Patrick se revelará veladamente picaresco, en tanto el mayor hará de chofer y mal cómplice de las aventuras amorosas del más joven, un respiro breve entre tanto desasosiego. En ese sentido, la historia se concentra en las obligaciones de Lee sobre lo dejado por su hermano, en los pormenores y personajes que reflejan la vida de esa población perdida en el mapa. Los dos grandes sucesos traumáticos son sabiamente obviados por elipsis (aunque hay algo de catástrofe sensacionalista dando vueltas, el único acento innecesario de la narración), como así también cualquier sentimentalismo. Esa angustia replegada será determinante para potenciar una de las escenas finales, un encuentro inesperado entre Lee y su exmujer que oficiará de emotiva catarsis.
Lejos de la redención, Manchester junto al mar aborda lo irreparable, el dolor acallado que flota como un bote anclado en la orilla.