Lee Chandler (Casey Affleck) es un fantasma de carne y hueso, una especie de sonámbulo que sobrevive como encargado de edificio en algunas propiedades de Boston –un trabajo que no le dura mucho, porque vive borracho de bar en bar, peleándose con todos–. De pronto se superponen dos variaciones sobre un mismo tema; es una escena montada en un flashback. Lee viaja a un hospital en Manchester-by-the-Sea, su ciudad natal, una suerte de suburbio helado al norte de Nueva Inglaterra, para enterarse de que su hermano mayor Joe (Kyle Chandler) tiene una enfermedad terminal y le quedan pocos años de vida; otra escena, pegada como un negativo (de nuevo, como un fantasma), muestra a Lee ya en la morgue, despidiendo al cadáver (de nuevo, helado) de Joe. Y el frío es tan intenso, que Joe permanece congelado, privado por un tiempo de sepultura. Ahora, el fantasma es Joe, y es un fantasma verdadero. Ronda la mente de Lee con recuerdos y con un testamento que le resulta una gran mochila: hacerse cargo de Patrick (Lucas Hedges), el hijo adolescente ahora huérfano de padre, con una madre ausente y alcohólica, con el único solaz de salir a navegar juntos en la lancha averiada que dejó Joe, por el mar que bordea a esta Manchester USA, lóbrega y diminuta.
El ánimo menguante de Lee deberá sostener el silencioso duelo de su sobrino; incluso para los momentos en que Patrick desea distraerse con alguna novia o con su improvisada banda de rock, Lee no es el mejor soporte. Aun con el dinero de Joe, Lee abandonaría con gusto a la ciudad natal para volver a pelearse con los consorcistas insoportables de Boston. Y esto es tan sólo la punta del iceberg de lo que ocurre en Manchester junto al mar: la verdadera esencia, el porqué del aislamiento, la impotencia y el cinismo de Lee se comprenden recién llegando a la mitad del film.
Desde la melancólica orquestación de Handel hasta el frío intenso que parece emanar de la pantalla, pasando por la naturalidad y el anonimato de los habitantes de esta pequeña ciudad, hay momentos en que uno parece estar viviendo junto a Lee, con el impulso de palmearle la espalda. Atípica para ser americana, morosa como un film escandinavo (pero sin el artificio que a menudo allí se percibe), Manchester junto al mar es dura y triste pero no dramática; conlleva la melancolía y cierto sentido del humor implícitos en la aceptación de la vida.
Todo esto no habría sido posible sin el talento del guionista y director Kenneth Lonergan (Margareth; You Can Count on Me), y menos aún sin la descollante actuación de Casey Affleck, cuyo personaje refleja una situación real: despegarse de la sombra de su hermano mayor, Ben. Todo el talento que insinuó con igual o mayor mutismo en Gerry (Gus Van Sant, 2002) finalmente sale a la luz y lo consagra. Hay 5 nominaciones al Oscar para Manchester junto al mar. Si hubiera justicia en el mundo, el suyo está asegurado.